sábado, 17 de febrero de 2018

Nicanor Parra, poesía de overol

Más allá de que se mantuvo ajeno a un idealismo filosófico a lo Borges, al surrealismo y al onerismo,  al leer su producción, bien puede imaginarse a Nicanor Parra  coincidiendo con  Macedonio Fernández –una de sus admiraciones de este lado de la Cordillera, otra era José Hernández- en la experiencia que no todo es vigilia la de los ojos abiertos.          
         
Carlos María Romero Sosa / Especial para Con Nuesra América
Desde Buenos Aires, Argentina      
                                  
Nicanor Parra (1914-2018)
Si en las clases de lengua y literatura  de los primeros años del bachillerato,  me hubieran enseñado que las matemáticas  y las letras no son antagónicas; y hasta mencionado ejemplos  al respecto, como  el del colombiano Jorge Isaacs, que era ingeniero; el de nuestro Ernesto Sábato, doctor en física; o el del  chileno  Nicanor Parra, que se dedicó con paralelo  ahínco tanto a la docencia e investigación de las  ciencias exactas, como a la poesía y a las traducciones de Shakespeare y otros genios del idioma inglés, sin duda hubiera mirado yo con simpatía la aritmética y la geometría, tan mal enfocadas desde el punto de vista pedagógico en mis lejanos tiempos de estudiante secundario. Traigo esto a cuento, porque fue uno de los primeros sentimientos que me asaltó al enterarme de la muerte del inventor de la “antipoesía” y recordar  que el “futuro poeta de Chile”, según el  augurio de  Gabriela Mistral en 1938, luego de la publicación del  primer libro de Nicanor: “Cancionero sin nombre”, estudió  hasta graduarse matemáticas,  física y  mecánica y enseñó esas disciplinas durante décadas: “Soy profesor de un liceo obscuro,/ He perdido la voz haciendo clases, (Después de todo o nada/ Hago cuarenta horas semanales”).

Quizá uno de los argentinos que más lo frecuentó  fue el escritor Roberto Alifano,  tan vinculado a Borges. Asiduo visitante  a la casa de Las Cruces, frente al Pacífico, a su generosa intermediación debo  un dibujo que el sin par creador oriundo de la región del Bío Bío me dedicó, hace casi  dos décadas y el que conservo enmarcado. Ese boceto con el que ilustré la tapa de  mi poemario “Otrosi Digo” en 2008,  luce en la característica caligrafía de Parra  la leyenda final: “El Siglo XX y yo nos estamos muriendo”. Por fortuna para él y para el Arte y la Cultura en general, erró en el vaticinio ya que traspasó con holgura el siglo XXI. 

Como prestigio y popularidad no son sinónimos, gozó siempre por sobre todo de lo primero. En lo segundo le ganaba su hermana Violeta: “Y, para colmo, hermano de Violeta”, repite el leitmotiv de las estrofas  en metro endecasílabo dedicadas por  Joaquín Sabina al ganador en  2011  del Premio Cervantes.  Fue así hasta que, precisamente su longevidad, resultó dar más motivo a los comentarios periodísticos  que su literatura. (Otro tanto ocurrió aquí con el cordobés universal Juan Filloy, que tan antiacadémico como él, llegó a las puertas de los 106 años). 

Tal vez afloraron a su alrededor resquemores y sectarismos políticos,  ya que su biografía muestra que el compromiso ideológico no fue lo más gravitante en su existencia: “Políticamente, éramos, en general, apolíticos; más exactamente izquierdistas no militantes (…) Yo me inclinaba por la filosofía oriental”, memoró sobre la Generación del 38 a la que pertenecía. Por de pronto el compromiso era  menor que el de  Violeta, próxima al Partido Comunista; y por cierto que el de sus contemporáneos  Pablo Neruda y Gonzalo Rojas. O del bastante mayor en edad Pablo de Rokha que publicó en 1950 “Funeral por los héroes y mártires de Corea”,   un año antes de aparecer los “antipoemas” en los Anales de la Universidad de Chile con un estudio preliminar de Enrique Lihn; anticipo del libro “Poemas y antipoemas” de 1954. Sin embargo, el después crítico del pinochetismo por el atajo de las humoradas en  “Chistes para desorientar a la policía/poesía”,  en septiembre de 2010 con  noventa y seis años, se sumó a  una huelga de hambre en respaldo a los presos políticos mapuches. Y bien se enmarca esa actitud del humanista lector de la Biblia y atento también a la ecología, con su historial solidario. Ya en la muy anterior composición “Los vicios del mundo moderno”, escribió contra: “Las discriminaciones raciales,/ El exterminio de los pieles rojas,/  Los trucos de la alta banca,/ La catástrofe de los ancianos,/ El comercio clandestino de blancas realizado por sodomitas internacionales.”

¿Por qué lo de “antipoemas”? Se ha teorizado que han de serlo menos por sentido de oposición al arte de Erato, que por significar una anticipación, un ir delante de la Poesía como el antifaz que se antepone al rostro. En suma, de adelantarle a ella nuevas  posibilidades expresivas, lo hizo con versos nada abstractos sin hiperrealismo, vitales lejos del agobio existencial, escandidos extremando el registro estético sin caer en el mal gusto, de rotundidad aforística o incluso de greguería ramoniana por la metáfora más el humor que los caracterizan. Versos  desprejuiciados, irónicos y, al subrayar de Harold Bloom,  redactor del prefacio de sus Obras Completas editadas por Galaxia Gutemberg: concebidos en los límites de la ironía. Versos  referenciados a lo cotidiano equilibradamente despejados de prosaísmo por chispazos líricos sin desbordes románticos ni adjetivos que “si no dan vida, matan”, como enseñó su compatriota Vicente Huidobro. Por cierto que los animan  el imperativo adánico de renombrar lo existente, sin juegos lingüísticos: “El poeta no cumple su palabra/ Si no cambia el nombre de las cosas.” A veces  el autor se sintió arrastrado en la confusión babélica: ¿Quién hizo esta mezcolanza?;  y –el que advierte no traiciona- se  proclamó mendaz: “Yo digo una cosa por otra.”   

Cronometró del poema el tiempo correspondiente al  encuentro de la conciencia y el  inconsciente, del intelecto y el sentimiento, del recuerdo y la desmemoria. Así, aferrado  para evitar el vértigo del abismo a los objetos y los hechos que lo circundaban, confesó: “Me dediqué a dormir;/ Pero las escenas vividas en épocas anteriores se hacían presentes en mi memoria”.  ¿Habrá de ser  que sus versos tan  ajenos a la solemnidad, suelen iniciarse con letra mayúscula  para significar que cada uno de ellos oficia como una proposición autónoma y articulada con el contexto  de la estrofa y el mundo?  Eso sí: suelen ser versos de overol con manchas de trabajo y  acción a distancia”, a los que rehusó vestir con lujo esteticista ni evasivo ensueño. Y ello sin haber descuidado en la juventud los latidos del corazón enamorado y pruebas al canto el antológico “Es olvido”, con ecos modernistas y resuelto con el impactante -y oportuno- recurso del hipérbaton: “Juro que no recuerdo ni su nombre,/ más moriré llamándola María,/ No por simple capricho de poeta:/ Por su aspecto de plaza de provincia./ ¡Tiempos aquellos!, yo un espantapájaros,/ Ella una joven pálida y sombría/ Al volver una tarde del Liceo,/ supe de la su muerte inmerecida,/ Nueva que me causó tal desengaño/ que derramé una lágrima al oírla.”

Sin embargo y más allá de que se mantuvo ajeno a un idealismo filosófico a lo Borges, al surrealismo y al onerismo,  al leer su producción, bien puede imaginarse a Nicanor Parra  coincidiendo con  Macedonio Fernández –una de sus admiraciones de este lado de la Cordillera, otra era José Hernández- en la experiencia que no todo es vigilia la de los ojos abiertos.                   

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