sábado, 29 de julio de 2017

Los excluidos de la Tierra y la violencia

Para muchos esta figura (nada retórica) de los incluidos y los excluidos es el equivalente en nuestros días de la lucha de clases, al menos de la existencia de dos sectores de la humanidad en que unos reciben todos los bienes y privilegios de su condición en tanto que el resto apenas recibe las sobras para seguir (mal) subsistiendo y trabajando.

Víctor Flores Olea / LA JORNADA

Hoy, ver un programa de información por televisión significa de antemano estar dispuestos a observar la desolación y la muerte que impera en grandes porciones de nuestro planeta. Seguramente existe la proclividad a presentar un mundo destruido, incluso por los más bajos motivos mercantiles, pero más allá de la mentalidad coincidente en lo macabro y trágico, es un hecho que existe en nuestro mundo una prolijidad mucho mayor (tal vez que nunca) a que existan tales situaciones de violencia y de sangre, pero también de una moralidad capaz de saltarse todas las trabas.

Hay, pues, al menos dos factores que se juntan y se refuerzan con otros igualmente siniestros: la violencia que impera en tantos lugares de la Tierra y la voluntad también de muchos hombres de llevar y llegar a sus últimas consecuencias en materia de violencia y crueldad con el prójimo. Pero, si lo observamos con un poco de detenimiento y calma, nos daremos cuenta fácilmente de que estos desplazados y excluidos de la Tierra es porque ya han vivido y recibido la violencia en sus más variadas formas, que está en el origen de su situación.

Por supuesto que existen causas de este espectáculo desastroso, las más variadas: derrotados políticos que lo pagan con la expulsión de sus tierras y patria, grupos y a veces partidos completos de la oposición que también se ven forzados a abandonar sus territorios de lucha, no pueden excluirse tampoco las víctimas de desastres naturales que los obligan a dejar sus lugares de origen para buscar otros asentamientos, y así podríamos continuar casi indefinidamente, hasta sumar más de mil millones de hombres y mujeres sin tierra y a veces sin patria.

Para muchos esta figura (nada retórica) de los incluidos y los excluidos es el equivalente en nuestros días de la lucha de clases, al menos de la existencia de dos sectores de la humanidad en que unos reciben todos los bienes y privilegios de su condición en tanto que el resto apenas recibe las sobras para seguir (mal) subsistiendo y trabajando. La situación es una de las más escandalosas de la historia humana. Pero debemos aclarar que, por muchas razones, no se reproduce entre incluidos y excluidos la lucha de clases en que pensó Marx.

Una primera cuestión, yo diría, tiene que ver con que los partidarios de la lucha de clases pensaban con gran convicción que la historia estaba de su parte. Hoy seguramente no se encuentra a ningún miembro o porción de los excluidos que vea la historia de ese modo, sino que más bien su visión del mundo es probable que se asemeje al de un acorralado que ve un Gran Leviatán, a un monstruo inamovible frente a él que le bloquea, en el presente y en el futuro, capaz de suspender todos sus proyectos e ideas emancipadoras, salvo que un terremoto inesperado se produzca en las entrañas mismas del Leviatán que los ha expulsado de la civilización, de la cultura, del goce de los adelantos de la téc­nica y la ciencia de nuestro tiempo.

Por supuesto, cuando se iniciaba la globalización del mundo en gran escala, muchos vieron en el fenómeno la oportunidad casi única de que la humanidad viviese por fin en una atmósfera de pacífica convivencia y casi de hermandad, o cuando menos una época de estrecha fraternidad. Las cuestiones que en abstracto parecían posibles pronto se vio que resultaban inalcanzables: pronto la globalización mostró sus propios límites que resultaron infranqueables. El reconocimiento y la aceptación del otro no fue tan generoso como para dar un importante paso en el sentido de superar la línea entre los incluidos y los excluidos. Al contrario, ésta se subrayó probablemente más que nunca y nos encontramos con ambos actores de la humanidad actual, el de los incluidos y el de los excluidos, siendo el segundo, al parecer, muy superior numéricamente al de los incluidos. Y mucho más en recursos. En todo caso, los ricos se llevan la tajada más grande y jugosa de la riqueza, con todos los beneficios que comporta, mientras los excluidos están a la zaga y siguen debatiéndose en un laberinto sin salida.

Por supuesto que es preocupante la miseria de un gran porcentaje de la humanidad. Pero si la diferencia entre grupos sociales es tan preocupante, todavía lo es más el que aumente cada día. A su vez, no hay duda de que existe una suerte de acuerdo entre el Estado, los medios de comunicación y las grandes empresas para tratar de mantener el control social, a pesar de la grave situación de empobrecimiento progresivo que sufren las mayorías. Por ejemplo, el filósofo y crítico político del neoliberalismo, Noam Chomsky, nos dice que la economía mundial ha descendido en el mismo periodo de tiempo (de forma considerable) [...] para una gran parte de la población mundial, las condiciones son horrorosas y a menudo se deterioran, y, lo que es más importante, [...] la correlación entre el crecimiento económico y el bienestar social que a menudo se ha dado (por ejemplo, durante la posguerra o la preliberalización) se ha truncado tajantemente.

Pero, hablando más concretamente del capitalismo y del estilo de Donald Trump, digamos que los dos peligros mayores a los que hoy se enfrenta la humanidad, ambos minimizados irresponsablemente por ese presidente, son el de una eventual guerra nuclear y el del cambio climático, que Trump, con esa altanera necedad que lo caracteriza, parece minimizar peligrosamente. Por supuesto que hay acciones que se pueden realizar en todos los ámbitos; sin embargo, no hay duda que fomentar acciones bélicas en la frontera con Rusia, por ejemplo, es un punto de escalamiento cuyo desenlace está fuera de control.

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