sábado, 23 de abril de 2016

Costa Rica: Parlamento y democracia

Debemos pre(ocuparnos) por hacer de los partidos políticos escuelas de civismo y no cuevas donde solo anidan aves de rapiña.

Arnoldo Mora Rodríguez / Especial para Con Nuestra América

Como es lo habitual en los ciclos que rigen de la vida política nacional, los focos de la atención de los medios de comunicación se concentran  ahora en torno a los (des)acuerdos de los partidos políticos representados en Cuesta de Moras [sede de la Asamblea Legislativa], en vistas a la elección del nuevo directorio el 1 de Mayo. Lo cual  reviste una importancia nada desdeñable en la  elección de comisiones y en la conducción de los debates del plenario. Pero ahora hay algo de mayor relevancia. En las elecciones pasadas se operó un cambio sustancial en la institucionalidad política de nuestro país. Pienso que el bipartidismo entró en una crisis terminal, no porque los partidos tradicionales vayan a desaparecer en un futuro previsible, ni que ya no logren ganar mas la presidencia, sino porque ya no parece factible que un solo partido logre gobernar con 29 diputados en el Congreso; por lo que habrá siempre alianzas. Es allí donde surge  el  sistema semiparlamentario que actualmente rige la vida política nacional. El centralismo, tan fuertemente arraigado en nuestra cultura política, se ha debilitado significativamente.

Tengo la impresión de que, cualquiera sea el  que gane en el 2018 el Ejecutivo, no tendrá mayoría en el Legislativo, por lo que la tendencia hacia el semiparlamentarismo se acentuará y el rol de los partidos se hará mas  relevante cuando de hacer reformas profundas se trate. De ahí la enorme importancia que revisten cada vez mas los partidos políticos, no solo en la toma de decisiones que señalen los senderos que habrá de transitar nuestra nación, sin oen la ejecución misma de esas decisiones.  Pero no hay que olvidar que la escogencia de los candidatos a diputados es responsabilidad de los partidos. Considero que la Sala Constitucional hizo bien en rechazar una solicitud planteada por diputados  de diversos partidos que buscaban la reelección inmediata de los diputados, dando con ello la posibilidad de instaurar la carrera parlamentaria en nuestro país.

Pero no es así como se logrará un mejor funcionamiento – y, con ello, una mejor imagen - del Primer Poder de la Nación. Esto se logra  tan solo mejorando la CALIDAD de los diputados. Tal  es la tarea de los partidos. Es allí donde se fraguan las candidaturas de quienes habrán de gobernar el país. El  desprestigio de los poderes constitucionales es culpa, ante todo, de los partidos, que se han convertido en antidemocráticas maquinaria electoreras. Ya no regentan escuelas para formar ideológica y jurídicamente a sus cuadros; ya no se pre(ocupan) de inculcar valores cívicos (historia patria, del partido, etc.). Ahora, para aspirar a ser  diputado basta con poner una suma de dinero y tener la simpatía del candidato presidencial; la opinión de las bases no cuenta. Los candidatos no son escogidos en razón de sus probadas virtudes  patrióticas, sino para servir de comparsa del Ejecutivo si se pertenece al oficialismo, o asumir una actitud ciegamente obstruccionista inspirada en cálculos electoreros, si se está en la oposición. Todo lo cual va en detrimento de lo que entendemos debe ser una auténtica democracia, a saber, un sistema político donde sean los representantes elegidos por el pueblo quienes ostenten el poder real y no los poderes fácticos.

Por eso,  más que  entretenerse en  intrigas palaciegas o en reformas constitucionales, debemos pre(ocuparnos) por hacer de los partidos políticos escuelas de civismo y no cuevas donde solo anidan aves de rapiña.

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