sábado, 27 de junio de 2015

Costa Rica: Cultura y política

A los gobiernos recientes y a los futuros, habrá siempre que recordarles que el Ministerio de Cultura no es un pastel que se reparte como premio a un triunfo electoral. Las políticas en el campo cultural deben ser consideradas política de Estado.

Arnoldo Mora Rodríguez* / Especial para Con Nuestra América

Aunque las aguas parecen estar volviendo a su cauce normal, pues el Presidente Luis Guillermo Solís me da la impresión de haber hecho una buena escogencia de los jerarcas, no podemos dejar pasar sin más  las turbulencias que han sacudido al Ministerio de Cultura desde el momento mismo en que se inició este gobierno. Primero fue la  denuncia hecha por los nuevos jerarcas poco después de haber asumido sus puestos, señalando supuestas irregularidades cometidas en la anterior administración, hasta el punto de que el asunto fue remitido al Ministerio Público. Pero luego la tormenta arreció al suspenderse el Festival de las Artes, evento que se había convertido en gran suceso desde décadas atrás. Si bien el Ministerio es mucho más que ese Festival, tanto en su versión internacional como nacional ahora fusionadas pero conservando su regularidad anual, lo cierto es que los festivales son, en buena medida, ante la opinión pública la cara visible del Ministerio y, por ello mismo, la vara con que se mide el éxito o fracaso de un gobierno en ese campo. Algo similar sucede  con el Ministerio de Deportes, de reciente creación,  respecto de los juegos deportivos nacionales.

No es por mera coincidencia que ligo una cosa con la otra, sino porque considero que, en el fondo, ambas responden a los mismos rasgos característicos  de la sociedad actual en su manera de vivir y valorar las actividades destinadas a la recreación. Debido  al avasallante e indetenible poder de la revolución científico-tecnológica, que invade la vida privada en todos sus aspectos, el tiempo destinado a la recreación es cada día mayor. La automatización del trabajo manual e intelectual, la drástica disminución de las distancias en el espacio y el tiempo que desde siempre las separaban pero que ahora acercan a las distintas culturas que configuran la abigarrada variedad de pueblos que proliferan en la tierra,  el creciente flujo de turistas que solo sueñan con disfrutar de las culturas de los países que visitan, el aumento en la expectativa de vida que hace que el tiempo que sigue a la pensión sea cada vez mayor, los espacios que los medios de comunicación, especialmente la televisión, destinan  a los espectáculos y eventos recreativos, todo eso  hace que la industria que se ocupa de esos menesteres, posea un peso enorme. Su importancia e influencia en la economía mundial y, por ende, en el interés y recursos que los estados y organismos internacionales, al igual que la empresa privada,  destinan a esas actividades, son una prueba  irrefutable del peso que la cultura tiene en la vida moderna.

Porque el gobierno central no puede ni debe asumir todas esas actividades, dado que estas son en buena medida expresión de las culturas regionales y no de toda la nación, es que los gobiernos locales deben también asumir en ese campo un papel protagónico mediante la creación y apoyo financiero a los comités municipales de cultura. Lo anterior no  significa ni mucho menos que el ministerio, responsable legal de las instituciones culturales de dimensión nacional, no deba seguir jugando un papel de liderazgo en la fijación de las grandes líneas que rijan las políticas en materia cultural del gobierno de turno.  Razón por la cual, la escogencia de los jerarcas del ministerio no debe inspirarse en criterios puramente partidarios para pagar favores o promesas de campaña. A los gobiernos recientes y a los futuros, habrá siempre que recordarles que el Ministerio de Cultura no es un pastel que se reparte como premio a un triunfo electoral. Las políticas en el campo cultural deben ser consideradas política de Estado. Porque CON LA CULTURA NO SE JUEGA.

* Filósofo costarricense, ex Ministro de Cultura y miembro de la Academia Costarricense de la Lengua.

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