sábado, 22 de marzo de 2014

Los medios de comunicación en la coyuntura latinoamericana actual

La nueva arma mortal no tiene pólvora, ni esparce isótopos radioactivos. La nueva arma mortal se llama medios de comunicación de masas en manos de unas cuantas corporaciones que manipulan a su antojo en función de sus intereses corporativos, en alianza con las más reaccionarias fuerzas políticas.

Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica

Desde los ahora lejanos años 70, hay una discusión en América Latina sobre el papel que juegan los medios de comunicación como agentes ideológicos. En el contexto de las implicaciones políticas que había provocado la Revolución Cubana, y del proceso abierto en Chile con el triunfo de la Unidad Popular en 1970, Armand Mattelart y Ariel Dorfman escribieron varios libros sobre la “dominación ideológica” que se ejercía a través de los medios y las industrias culturales, el más conocido de los cuales fue Para leer al Pato Donald.

Esta preocupación sobre el papel de los medios en la lucha ideológica de la época nacía por el creciente papel que tenían, a raíz de la revolución tecnológica de la posguerra, uno de cuyos principales componentes es, precisamente, el de los sistemas de la comunicación y la información. Los Estados Unidos de América comprendieron tempranamente el papel fundamental que tenía la “conquista de mentes y corazones” que se podía lograr a través de los periódicos, la televisión y la radio, y también el entretenimiento. De ahí que la industria editorial y cultural pasara a ocupar un rango importantísimo en la estrategia de difusión de una determinada visión acorde con sus intereses, no solo del mundo sino de la coyuntura política.

El modelo norteamericano de desarrollo de los medios y la industria cultural y del entretenimiento, se construyó según los postulados de la empresa privada, la concentración y la conformación de oligopolios. Como dice Jesús Martín Barbero, “En el proceso de globalización el que lleva la iniciativa es el mercado, es el que ahora regula las relaciones entre los pueblos, las naciones y las culturas, el que pone los modelos de comunicación y dinamiza las redes”.

Son las reglas del mercado, también, las que determinan la concentración de los medios, no solo en América Latina sino en todo el mundo. En busca de mayor rentabilidad, con frecuencia las empresas mediáticas se fusionan. Y la facilidad que ofrecen las nuevas tecnologías de la comunicación para que los mensajes de unos cuantos medios sean reproducidos por muchos más, ya sea de manera simultánea o diferida, facilita esa concentración.

En Estados Unidos, por ejemplo, el control de los medios de comunicación está en manos de unos cuantos conglomerados: AOL, Disney, Seagram, Comcast, News Corporation y Sony, que se encuentran entre las empresas más grandes del mundo con tasas de crecimiento superiores al 100% en los últimos 20 años. Los periódicos son una industria compuesta por seis cadenas; siete corporaciones controlan la industria del libro y el 80% de los libros salen de Barnes & Noble y Borders, cinco disqueras manejan el 87% de la industria del disco, para señalar sólo algunos ejemplos.

En América Latina Televisa, el Grupo Globo, el Grupo Clarín y el Grupo Cisneros, respectivamente de México, Brasil, Argentina y Venezuela son algunos de los grandes oligopolios mediáticos. Acorde con las características de los emprendimientos capitalistas latinoamericanos, tienen estrechas alianzas con empresas transnacionales, como AOL y Sky, por ejemplo.

A través de estas grandes empresas y sus socios, se canaliza la ya de por sí centralizada información que difunden las agencias de noticias. Datos recopiladas por la Comisión para el Estudio de los Problemas de la Comunicación (CIPEC), de la UNESCO, nos permiten concluir que las 4 grandes agencias de noticias occidentales: Associated Press (AP), United Press Internacional (UPI), Reuter y France Presse, son las únicas empresas de comunicaciones que se encuentran presentes en más de 160 países, donde habita cerca del 99 por ciento de la población mundial.

Son estas agencias, cuya información es diseminada por los grandes conglomerados mediáticos latinoamericanos, que a su vez nutren a las pequeñas empresas de la comunicación, las que determinan qué y cómo se informa. Son las que estructuran la agenda mundial, las que relevan y ocultan problemas, las que “orientan” a la opinión pública.

Su agenda es la de los intereses del mercado global, las de las grandes transnacionales y la de los países que impulsan la estructuración neoliberal del mundo. ¿Podemos pedirles objetividad en la información que nos brindan en donde esa dinámica del capitalismo contemporáneo está siendo cuestionada, como en Venezuela, por ejemplo?

Durante los años 80, parte de la polémica en torno al papel que juegan los medios de comunicación en la mente de personas y conglomerados sociales se centró en determinar si el receptor de los mensajes de los medios era un ente pasivo o activo. Se le achacó a los análisis hechos por investigadores como Mattelart y Dorfman, que no le conceden al público suficiente capacidad de recapacitar y procesar la información que reciben.

Y es cierto, éste no es una caja vacía en la que cae la información que orienta acciones en una determinada dirección. Pero es evidente, también, que en la cotidianeidad, la inmensa mayoría de las personas no tienen más tiempo que llegar a comer frente al televisor por la noche, o de ojear los titulares de los periódicos, que les dan información que les evita el incómodo trabajo de analizar por su cuenta.

Ese es el panorama en el que cae la gotita diaria de CNN respecto a Venezuela, los gestos crispados de las y los presentadores, las palabras sesgadas, los titulares amarillistas, las entrevistas a “los opositores”, las escenificaciones de las barricadas en las que son recibidos como parte del guión.

Queda en evidencia que la nueva arma mortal no tiene pólvora, ni esparce isótopos radioactivos. La nueva arma mortal se llama medios de comunicación de masas en manos de unas cuantas corporaciones que manipulan a su antojo en función de sus intereses corporativos, en alianza con las más reaccionarias fuerzas políticas.

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