sábado, 3 de agosto de 2013

Panamá: A propósito del avistamiento del mar del sur. La cuestión de la identidad.

A casi quinientos años del avistamiento del mar del sur -y más, si se trata del encontronazo de ambas culturas– sigue pendiente establecer el significado de ese hecho tan relevante para la historia mundial y la geopolítica, en el plano de su significado en la formación de la identidad nacional.

Abdiel Rodríguez Reyes / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá

 “Y la ceguedad de los que regían las Indias no alcanzaba ni entendía aquello que en sus leyes está expreso y más claro que otro de sus primeros principios, conviene a saber: que ninguno es ni puede ser llamado rebelde si primero no es súbdito”
Bartolomé de Las Casas

Vasco Núñez de Balboa toma posesión del mar del sur.
Es imperativo analizar el papel de ruta de tránsito desempeñado por Panamá en la formación y desarrollo del sistema-mundo del siglo XVI a la actualidad, en estrecha relación a la formación de nuestra identidad.  De momento, cabe decir que a partir del avistamiento del mar de sur no solo por Balboa sino también por los indígenas que lo acompañaran el 25 de septiembre de 1513 se inicia el proyecto de la modernidad, cuyo desarrollo debe ser entendido en ondas complejas de larga duración.

No está de más recordar, como señala la historiadora Carmen Mena en la introducción al voluminoso libro Vasco Núñez de Balboa y Los Cronistas de Indias, de Luis Blas Aritio, que:

“por su situación geográfica, la región del Darién estaba situada en pleno corazón de un rico espacio de intercambios entre las más grandes culturas americanas: el área chibcha, Mesoamérica y los andes centrales. De todas recibía influencias y con todas se encontraba en conexión por la vía del comercio, que era practicado por los indios mediante rutas terrestres, fluviales y marítimas consolidadas desde tiempos muy remotos”.

No es que con el avistamiento de Balboa al mar del sur se inicia la historia, sino que a partir de allí se inicia la explotación a gran escala del oro y la plata de toda la región, mediante la ruta transístmica a la España del “viejo mundo”. La ruta, en efecto, no sólo acorta distancia y garantiza el tráfico de los metales preciosos: además, afianza su colonialidad–dominación en todos los ámbitos, para precisamente garantizar lo primero.

En tales circunstancias, a casi quinientos años del avistamiento del mar del sur -y más, si se trata del encontronazo de ambas culturas– sigue pendiente establecer el significado de ese hecho tan relevante para la historia mundial y la geopolítica, en el plano de su significado en la formación de la identidad nacional. Sobre esto abundan especulaciones que se sintetizan en los tópicos del puente del mundo y el crisol de razas, sin hondar en la búsqueda de un significado real. De aquí la necesidad de preguntarnos quién es o que es lo panameño y cuál es su unidad. En otras palabras, la tarea pendiente es rastrear la raíz de una identidad colectiva.

Al respecto, por ejemplo, es necesario encontrar una respuesta que integre los diversos aportes de otras culturas a la cultura nacional, desde las comunidades española y china, hasta las de otros grupos europeos, asiáticos y americanos que también han venido a converger en el Istmo. Cuando hablamos de unidad -y más desde la colonia- cabe aclarar que en el punto de origen se encuentra la unidad territorial originaria, organizada -como diría Engels– a partir de “uniones gentilicias”, divididas en aldeas y hogares familiares, unidas por lazos de parentesco que se verían alterados por la llegada del español.

Así, al llegar al Istmo, el español procura alcanzar acuerdos que le garanticen acceso a espacios físicos, para luego tener control de ellos. Sobre la identidad señaló el sociólogo Raúl Leis que “la identidad está ligada a la capacidad de decisión sobre la sociedad, los recursos humanos y materiales, sobre lo que hemos sido, somos y queremos ser”.

Tal fue lo que en efecto ocurrió, en un proceso enriquecido por otra cultura – la europea, es decir occidente, que vino a ser el amo en el Istmo. Unos devinieron a ser esclavos, otros quisieron ser libres y, se escribió gran parte de la historia olvidando al vencido. La construcción al menos ideal de la identidad nacional – colectiva quedo relegada, a causa en gran parte por la ignorancia de nuestros propios procesos históricos. Es que no somos lo que somos por un acto de magia o imaginación sino que, al decir de Guillermo Castro Herrera:  

“El Siglo XVI – y en especial su segunda mitad –, constituye el escenario de un periodo de transición decisivo para la conformación de lo que llegaría a ser la América Latina... Esa transición consiste en la reorganización subsecuente de las sociedades y espacios americanos”.  

Conocer mejor nuestros procesos históricos de larga duración ayudará a desandar los caminos tan apasionados como inciertos que solemos frecuentar y, en cambio, andar los que nos acerquen a culminar nuestro proceso de formación nacional.

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