sábado, 25 de mayo de 2013

Por qué Martí

No fue Martí un idealizador alejado de las personas reales; estimuló siempre la perfección humana; vio en el dolor y lo sacrificial, componentes para el continuo perfeccionamiento de las conductas individuales y sociales. Todos estos rasgos no son difíciles de aprehender en sus escritos, pues su expresión aforística y sentenciosa contribuye decisivamente a ello, y su propia actuación, base para su liderazgo, se conjugó armónicamente con su palabra.

Pedro Pablo Rodríguez / LA JIRIBILLA

Martí a los 42 años: foto inédita
divulgada en Cuba la semana pasada.
El conocimiento de la personalidad martiana ha seguido un camino ascendente tras su muerte en combate en 1895. El periodista leído por las élites ilustradas de Hispanoamérica, el cónsul que sirvió con lealtad a varios países de nuestra América, y, sobre todo, el líder de los patriotas cubanos durante los años finales de su corta existencia, fueron  características de su persona apreciadas y admiradas en vida por sus contemporáneos de la segunda mitad del siglo XIX.

La primera mitad de la centuria pasada proyectó al poeta que asombró a la Vanguardia, mientras que el Maestro y el Apóstol —como le llamaron los emigrados— se convirtió en símbolo de la patria cubana y en acicate para las luchas sociales y por el rescate de la verdadera soberanía nacional. Después del 1ro. de enero de  1959, el mentor intelectual de la Revolución cubana se ganó el lugar que le correspondía como uno de los fundadores de la identidad continental, como figura señera del pensamiento latinoamericano y como luchador social de hondura singular.

La presente crisis civilizatoria del orden burgués no es solo económica, política y ecológica, sino que se hace sentir también en el plano de las ideas y con particular fuerza en el terreno ético. Aumenta la conciencia acerca de esa crisis y de la necesidad de asumir nuevos paradigmas de cultura, de civilización, de recuperación y recreación de valores. Ello explica, como parte de esa búsqueda de respuestas y salidas a los problemas actuales, el creciente interés por saber de José Martí, de sus ideas, de sus proyectos y hasta de la lógica de su pensar. Así, sociedades muy diversas se han venido interesando cada vez más por la vida y la obra martianas.

En Japón y China se han traducido numerosos de sus más significativos escritos, al igual que al árabe, a idiomas de India y de África, y a lenguas indígenas de nuestra América como el guaraní, sin olvidar el aumento cuantitativo y de calidad de las traducciones a la mayoría de las lenguas europeas. Tal hecho es de alta importancia ya que la verdadera universalidad se logra cuando las diversas culturas se pueden apropiar en sus propias lenguas de un cuerpo de ideas.

Mas también hoy, la academia se ha abierto a la temática martiana, sobre todo en América Latina, y ha aumentado su presencia en las universidades de EE.UU. y Europa, además de en buena parte de Asia. Estudiosos de la obra martiana hay en casi todo el orbe y las publicaciones acerca de aquella se extienden a ritmo exponencial. Mientras que en Latinoamérica, además, maestros, estudiantes, comunicadores, políticos hacen uso frecuente de las ideas del Maestro para sustentar las suyas propias y para impulsar sus proyectos renovadores y transformadores.

Martí es cada vez más, sin duda alguna, un referente obligado de la cultura contemporánea, y se acude a él porque quienes se tropiezan con sus textos de inmediato se sienten asistidos por su ética humanista y de servicio. 

Decoro, dignidad, el bien mayor del hombre, son palabras y frases martianas que alcanzan nivel conceptual en muchos casos, y que se entrecruzan con numerosas y perspicaces observaciones acerca de la condición humana, tanto en sus virtudes como en sus falencias. No fue Martí un idealizador alejado de las personas reales; estimuló siempre la perfección humana; vio en el dolor y lo sacrificial, componentes para el continuo perfeccionamiento de las conductas individuales y sociales. Todos estos rasgos no son difíciles de aprehender en sus escritos, pues su expresión aforística y sentenciosa contribuye decisivamente a ello, y su propia actuación, base para su liderazgo, se conjugó armónicamente con su palabra.

Por eso también se acrecienta su relevancia para los cubanos del siglo XXI, en medio de profundos cambios que  pretenden corregir errores, adecuar la sociedad a los requerimientos de las condiciones actuales y no perder el rumbo socialista. Lo que para algunos es un asunto exclusivamente económico, es de alcance mucho mayor, y afecta, de un modo u otro, los modos de ser de la sociedad en su conjunto y de buena parte de sus individuos. El ensanchamiento de las relaciones mercantiles y de su correlato en las clases y las ideologías —legitimadas a plena conciencia desde los grandes centros de poder, a pesar de la larga crisis económica actual del capitalismo—, más la expansión por más de 20 años de la filosofía del individualismo, laceran valores como la solidaridad, la entrega, la honradez y el decoro, a veces sostenidos falsamente en la unanimidad de criterios y en la fidelidad política más que en la verdadera conformación, a conciencia, de un nuevo tipo de hombre.

El país atraviesa por un campo minado que es necesario cruzar, so pena de languidecer cada vez más aceleradamente si se permanece del otro lado. Pero es, o debe ser, eso justamente: un campo por cruzar, no para establecerse definitivamente, dados sus peligros. Y los principios éticos martianos, que en circunstancias tan contrapuestas a ellos validaron la crítica y el combate a la república neocolonial, o que, a pesar del fracaso del llamado socialismo real y de la demasiado larga crisis económica nacional, han mantenido a cientos de miles de personas actuando bajo sus normas morales, son la estrella que ilumina y a la vez mata, como en el poema “Yugo y estrella”.

“Todo el que lleva luz se queda solo”, dice en aquellos versos Martí, quien ofreció a Máximo Gómez, si se unía al nuevo movimiento patriótico que él lideraba, “la ingratitud probable de los hombres”. No se trata de pesimismo ni de desconfianza absoluta en la condición humana, sino del realismo de quien conocía los vericuetos del alma humana y la sacudía sin tregua para llenar de claridad el lado oscuro del corazón.

Ese es el Martí humano al que apelamos, no al mero ser biológico, que no tendría trascendencia alguna simplemente por ello: el que se enfrenta a sí y se vence casi siempre en sus debilidades y errores; el que sorteaba las tensiones de su cotidianidad y de su época, el que no ponía límites a sus horizontes pero a la vez afianzaba sobre la tierra, férreamente, sus actos y sus ideas; el que empujaba a los demás con amistad y cariño; el que hizo del amor su filosofía, al que le hizo presidir, nada más y nada menos, que la preparación de una guerra.

Hay quienes se aprenden frases martianas de memoria, otros cumplen el ritual de colocar una de sus frases como lema que preside cualquier acto, y hasta los hay empeñados en aplicar cualquier juicio suyo a cualquier asunto, venga o no al caso. Está muy bien que seamos martianos, debemos ser martianos, pero eso implica responsabilidad y deberes, y no la repetición sin sentido como papagayos. Seamos justos, como él le pedía a su hijo en su carta de despedida antes de venir a la guerra. Hagamos una república con todos y para el bien de todos, cuya ley primera sea el culto a la dignidad plena del hombre, para desatar a América, mas también para desuncir al hombre. Y, sobre todo vivamos con la honradez y la dedicación de aquel hombre original, pleno, cuyas páginas aún nos estremecen  e incitan al deber y al bien.

9 de mayo de 2013

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