sábado, 29 de mayo de 2010

¿Por qué debemos prepararnos los latinoamericanos?

La influencia y el poder que conserva el Pentágono –a través del Comando Sur- y los neoconservadores sobre las relaciones con América Latina, especialmente en México, Centroamérica, el Caribe y Colombia, incrementa los riesgos y amenazas para nuestra región, dada la apuesta de estos grupos por la soluciones militaristas y antidemocráticas a su crisis de hegemonía.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
El título de estas líneas alude a la pregunta con la que el Dr. Carlos Oliva reflexiona sobre el futuro de las relaciones interamericanas, en uno de los capítulos de su libro Estados Unidos y América Latina a principios del siglo XXI. Alternativas políticas frente a la dominación imperialista. La evolución de los acontecimientos en la potencia del Norte y, en general, la agudización de la crisis del sistema capitalista global en los últimos años, parece dar cada vez más razón a los planteamientos de esa obra.
¿Por qué debemos prepararnos? Según el historiador e investigador cubano, el “Sistema Americano” vigente en nuestros días, es decir, aquel que se fue configurando en la contradicción permanente entre los proyectos e ideales de unidad latinoamericana, versus la Doctrina Monroe, el Destino Manifiesto, el Panamericanismo comercial y político, la Doctrina de Seguridad Nacional y la Guerra Infinita contra el Terrorismo, estaría llegando a un escenario definitorio de disputa por la dominación económica, política y cultural, y el control de recursos naturales estratégicos en peligro de agotamiento.
Para América Latina, que posee “importantes reservas de recursos naturales como el petróleo y sus derivados, el agua potable y la biodiversidad, en principio, y ahora, como gran reservorio territorial para convertir tierras y alimentos en bioenergéticos”, esto implicaría el riesgo creciente de “enfrentar una batalla colosal por defender su precaria soberanía, muy lesionada por los efectos del neoliberalismo, la transnacionalización capitalista, y toda la historia de sus relaciones con Estados Unidos[1].
Esa batalla, que se viene librando, desde distintos frentes, a lo largo de la última década, enfrenta a los pueblos de nuestra América y sus gobiernos más progresistas, contra los empeños imperialistas –hoy llamados “esfuerzos globalizadores”- de restauración de la hegemonía perdida por los EE.UU.
En una reciente entrevista concedida a la revista The New Left Review, y reproducida por el diario argentino Clarín, el historiador británico Eric Hobsbawm explicó que uno de los cambios más llamativos que se han producido en el sistema internacional fue “el clamoroso fracaso” de los EE.UU en su intensión de imponer una nueva hegemonía mundial, tras los atentados del 11 de setiembre de 2001. Hobsbawm confiesa, con cierto grado de asombro, que “nunca dejo de sorprenderme ante la absoluta locura del proyecto neoconservador, que no sólo pretendía que el futuro era Estados Unidos, sino que incluso creyó haber formulado una estrategia y una táctica para alcanzar ese objetivo. Hasta donde alcanzo a ver, no tuvieron una estrategia coherente[2].
Ese fue el terreno sembrado por George W. Bush durante sus dos gobiernos, y en el que ahora cosecha el presidente Barack Obama, de quien Hobsbawn asegura que “desperdició la ocasión” de realizar cambios efectivos en su país. “Su verdadera oportunidad estuvo en los tres primeros meses, cuando el otro bando estaba desmoralizado y no podía reagruparse en el Congreso. No la aprovechó. Podemos desearle suerte pero las perspectivas no son alentadoras[3].
La prueba fehaciente de ese desperdicio de una oportunidad política sin precedentes, y del fracaso estratégico de EE.UU., con sus inevitables consecuencias para América Latina, lo encontramos en el informe Esperando el cambio: tendencias de la asistencia en seguridad de Estados Unidos para América Latina y el Caribe , dado a conocer en días pasados por un grupo de think tanks con sede en Washington, y en el que declaran que “el gobierno del demócrata Barack Obama continúa con la tendencia a la militarización de la política de Estados Unidos hacia América Latina, sin distanciarse de la anterior administración republicana, y concede atención insuficiente a los derechos humanos[4].
El acuerdo para la instalación de siete bases militares en Colombia, la permanencia en funciones de la Cuarta Flota, el Plan Mérida, la ambigüedad frente al golpe de Estado en Honduras y las violaciones a los derechos humanos cometidas bajo los gobiernos de los dos principales aliados de Washington –México y Colombia-, son los elementos claves de esta política de militarización de nuestra región. A esto se suma el hecho de que “47 por ciento de los tres mil millones de dólares de ayuda estadunidense a América Latina se destina a fuerzas militares o policiales[5].
La Casa Blanca intentó minimizar estas críticas con la presentación de una nueva estrategia de seguridad nacional[6], desprovista de la verborrea belicista y del concepto de “guerra contra el terrorismo” acuñado por el expresidente Bush hijo, además de la inclusión de programas de asistencia para el desarrollo. Es decir, un intento por desmarcarse del dominio puro y duro por la vía de las armas. Pero visto está, al cabo de un año, que la retórica de Obama no se traduce en acciones concretas ni puede –y tampoco quiere- romper sus vínculos con el establishment del complejo militar-industrial.
Lo cierto es que la influencia y el poder que conserva el Pentágono –a través del Comando Sur- sobre las relaciones con América Latina, especialmente en México, Centroamérica, el Caribe y Colombia, no solo habla de la pervivencia del legado guerrerista de Bush y el predominio de los neoconservadores republicanos en el diseño de la política exterior, sino que incrementa los riesgos para nuestra región, dada la apuesta de estos grupos por la soluciones militaristas y antidemocráticas a su crisis de hegemonía (como ocurrió en Venezuela en 2001, en Bolivia en 2008 y en Honduras en 2009).
El desenlace de tres hechos podría arrojar luz sobre el comportamiento de la potencia norteamericana en el futuro cercano: primero, la huelga universitaria en Puerto Rico que, con un creciente apoyo social, cuestiona abiertamente el sistema colonial de dominación de la isla, en medio de una feroz andanada neoliberal; a esto se suman, por un lado, las elecciones legislativas del mes de setiembre en Venezuela (con el derrocamiento del presidente Chávez y la recuperación del control sobre el petróleo como horizonte de miras de la oposición y del Departamento de Estado de EE.UU.); y por el otro, las presidenciales de octubre en Brasil. Ambos resultados, si favorecen a los proyectos políticos en curso, podrían consolidar en el tiempo al bloque progresista latinoamericano, especialmente en el eje Caracas-Brasilia, que ejerce un contrapeso inobjetable y necesario a la hegemonía estadounidense en el continente. En cambio, una derrota del Partido Socialista Unido de Venezuela o del Partido de los Trabajadores de Brasil, abriría una puerta de incertidumbre para los procesos de cambio en toda la región.
Una última imagen ilustra el momento de doble desafío que vive nuestra América en sus relaciones con EE.UU: el 25 de mayo, en Buenos Aires, presidentes y delegaciones latinoamericanas, incluido en primera fila el depuesto presidente hondureño Manuel Zelaya, se reunieron para festejar el Bicentenario de la independencia Argentina[7]. Tal y como ya lo han hecho en Ecuador, Bolivia y Venezuela. Mientras tanto, ese mismo día, en Washington, el presidente Obama anunció el envío de 1200 soldados más a los estados fronterizos con México[8], en lo que ha sido interpretado como una victoria de los racistas neoconservadores, y un respaldo soterrado a la polémica Ley de Arizona. En definitiva, una muestra más de cómo se revuelven las convulsas entrañas del monstruo, en medio de una crisis inédita.
Como puede apreciarse, si es importante prepararnos para la actual fase de desarrollo del imperialismo y sus amenazas implícitas, lo es aún más aprovechar las oportunidades que este tiempo nos ofrece y nos reclama. En particular, la de concretar la unidad y la integración profunda entre los pueblos de nuestra América. Como bien dice el Dr. Oliva, la del siglo XXI “debe ser la batalla final por la independencia latinoamericana[9].

NOTAS
[1] Oliva, Carlos (2009). Estados Unidos y América Latina a principios del siglo XXI. Alternativas políticas frente a la dominación imperialista. Heredia, Costa Rica: Facultad de Filosofía y Letras – Universidad Nacional. Pág. 131.
[2] “Las mutaciones incesantes de un mundo sin sosiego”. Entrevista a Eric Hobsbawm (Especial de la revista The New Left Review). Diario Clarín, 23 de mayo de 2010. Disponible en: http://www.clarin.com/suplementos/zona/2010/05/23/z-02198934.htm
[3] Ídem.
[4] “La política de Obama hacia América Latina, igual a la republicana: militarización”, La Jornada, México D.F. 25 de mayo de 2010. Disponible en: http://www.jornada.unam.mx/2010/05/25/index.php?section=mundo&article=020n1mun
[5] Ídem.
[6] “La estrategia de seguridad nacional de Obama”, Página/12, Buenos Aires. 28 de mayo de 2010. Disponible en: http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-146487-2010-05-28.html
[7] “Euforia popular en el cierre de los festejos del bicentenario en Argentina”, La Jornada, México D.F. 26 de mayo de 2010. Disponible en: http://www.jornada.unam.mx/2010/05/26/index.php?section=mundo&article=023n1mun
[8] “Obama mandará 1200 soldados de la guardia nacional a la frontera con México”, El País, España. 25 de mayo de 2010. Disponible en: http://www.elpais.com/articulo/internacional/Obama/mandara/1200/soldados/guardia/nacional/frontera/Mexico/elpepuint/20100525elpepuint_14/Tes
[9] Oliva, op. cit. Pág. 148-149.

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