sábado, 22 de julio de 2017

Golpismo y “guarimbas” mediáticas

Antes de las conjuras en tribunales y de los impeachment en los congresos, antes de los sabotajes económicos y la escasez planificada, vino el golpe simbólico, la desinformación y la manipulación de la opinión pública, la banalización de la política como campo de transformación y liberación de los oprimidos. Valga decirlo: antes del golpe fáctico, la “guarimba” mediática allanó el camino de los enemigos de la democracia.

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica

“Día y noche las telepantallas le herían a uno el oído…”
George Orwell, 1984.

En tiempos de guerra no convencional, como la que hoy se le hace a los pueblos de nuestra América desde distintos frentes, con la finalidad de preservar la hegemonía de nuestros dominadores históricos, el control de los medios de comunicación, de los flujos de información y de la influencia que desde ellos se ejerce en la producción de contenidos y sentidos que, luego, inundan –casi hasta la saturación- los innumerables caminos de las redes de comunicación contemporáneas, resulta fundamental.

Sin excepción, todas las acciones desestabilizadoras perpetradas en este siglo XXI contra los gobiernos latinoamericanos que se atrevieron a cuestionar el neoliberalismo y que fracturaron los esquemas de poder tradicionales, han tenido –y tienen- como punta de lanza feroces y sistemáticas campañas de desgaste, en las que sus autores intelectuales y sus perpetradores operativos –directores de medios, opinadores a sueldo, mercenarios del periodismo y “analistas” de ocasión- no reparan en respetar principios éticos básicos del periodismo ni conocen de escrúpulos democráticos, pese a que no dudan en reivindicar sus actuaciones en nombre de la libertad y la democracia.

Antes de las conjuras en tribunales y de los impeachment en los congresos, antes de los sabotajes económicos y la escasez planificada, vino el golpe simbólico, la desinformación y la manipulación de la opinión pública, la banalización de la política como campo de transformación y liberación de los oprimidos. Valga decirlo: antes del golpe fáctico, la guarimba mediática allanó el camino de los enemigos de la democracia.

Recién el pasado domingo 16 de julio, en su cobertura de los acontecimientos en Venezuela, la edición digital del diario español El País utilizó fotografías de la movilización de simpatizantes chavistas del PSUV que participaban en el ensayo electoral para la Asamblea Constituyente y las presentó como imágenes de  “votantes” de la consulta convocada para ese mismo día por la oposición. El País, que desde la península ibérica gusta de dar lecciones de democracia a los bárbaros americanos, ofreció una escueta disculpa y descargó la responsabilidad de lo ocurrido en una error de la agencia de noticias EFE. Pero lejos de ser un gazapo sin mayor trascendencia, este incidente da cuenta del modus operandi de influyentes medios de comunicación que, sin rubor alguno, han tomado partido en la guerra de propaganda y manipulación que, como parte de los planes golpistas, se despliega contra el gobierno constitucional de Venezuela. 

Independientemente de la opinión que se tenga sobre el proceso bolivariano, así como sobre otras experiencias nacional-populares y progresistas de nuestra región, es irrefutable el hecho de que los grupos mediáticos cartelizados, que expresan los intereses de capitales estadounidense, españoles y latinoamericanos, ya no se conforman con ser un actor político más en nuestras pobres democracias representativas. Ahora asumen, en pleno, la función de aquel Ministerio de la Verdad que George Orwell retratara en su novela 1984: la fortaleza tétrica de mil ventanas, en las que “ya no reverberaba la luz”, y que se ocupaba del “control de la realidad”, del presente, del pasado, del pensamiento y la memoria.

Pese a que en estos años se pusieron en funcionamiento iniciativas de comunicación multiestatales como TeleSur, se aprobaron legislaciones innovadoras (como en Argentina y Ecuador)  y se multiplicaron los esfuerzos más o menos articulados, más o menos constantes, de numerosas organizaciones y comunicadores populares, lo cierto es que no hemos sido capaces de revertir la desigualdad comunicacional: la concentración de la propiedad y la ley del latifundio mediático siguen siendo la norma en todos nuestros países; y poco hemos avanzado en la producción de mensajes, contenidos, discursos alternativos y agendas propias capaces de proyectarse hacia amplios sectores de la sociedad, para disputar la construcción del sentido común. En la telepantalla ubicua que predijera Orwell, la voz que predomina es la del Gran Hermano.

En esta, que se nos revela como la batalla crucial de nuestro tiempo, nos falta mucho camino por andar. La revolución democratizadora de las comunicaciones en nuestra América todavía está pendiente.

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