sábado, 5 de noviembre de 2016

Las ideas económicas de San Juan Pablo II expuestas en un libro

Un libro explora el pensamiento económico de San Juan Pablo II expresado en sus encíclicas, exhortaciones, cartas apostólicas y discursos ofrecidos en diversos ámbitos internacionales. 

Carlos María Romero Sosa / Especial para Con Nuestra América
Desde Buenos Aires, Argentina

Eduardo Rafael Carrasco (1948-2013) fue un profesional de la economía de firme concepción humanista, un probo funcionario público -con actuación en áreas de su especialidad como la macroeconomía y la ética empresarial-, un docente universitario que supo despertar el respeto y la admiración de sus alumnos, un comunicador responsable y un formador de opinión a través de programas en televisión por cable como “Padres de familia”. Y  todas estas facetas de su personalidad eran resultantes de un catolicismo militante y del consiguiente afán de “Instaurare omnia in Christo”, según la consigna de San Pablo.

Sucede que este licenciado en economía,  graduado en 1974 en la Universidad del Salvador, dirigió su accionar académico y laboral a insuflar contenidos sociales y morales a la ciencia de su especialidad: “toda actividad humana puede ser vista desde el punto de vista ético”, escribió; y en efecto, su prédica y acción en pos del bien común estaban en la antítesis de la visión del  economicismo  aniquilador del sujeto, según los efectos prácticos de las devastadoras experiencias del neoliberalismo, por ejemplo en tristes procesos llevados a cabo en Latinoamérica.

Consecuente con su ideario humanista y humanitario se dio a estudiar con especial interés el pensamiento económico de San Juan Pablo II expresado en sus encíclicas, exhortaciones, cartas apostólicas y discursos ofrecidos en diversos ámbitos internacionales. Resultado de ello fue la tesis doctoral que Carrasco presentó con carácter  póstumo a la Universidad Católica de La Plata bajo el título: “San Juan Pablo II Maestro de Economía” y que editó esa casa de estudios en  un volumen de 420 páginas. 

Demostró allí el doctorando a través de las muchas y oportunas citas extraídas de esos y otros muchos documentos compulsados, que temas tales como el desarrollo -el auténtico y sustentable  desarrollo que busca satisfacer las verdaderas necesidades populares, a punto de ser llamado “ese nuevo nombre de la paz”  por  Paulo VI en la encíclica “Populorum Progressio”- o la cuestión de la deuda externa de los países pobres y  lo relativo al trabajo humano y al salario justo que enfocó el papa polaco en la encíclica “Laborem Excercens” de 1981, aparecida a los 90 años de la “Rerum Novarum” de León XIII, sobre la situación de los obreros,  fueron preocupaciones centrales en su pensamiento teológico y antropológico y por lo tanto merecieron  la exégesis de Eduardo Rafael  Carrasco. 

Podrá acordarse o no con ciertas visiones en materia social que, fiel al magisterio de la Iglesia, “aggiornó” o a veces no tanto el pontífice, obrero en su juventud, recientemente canonizado por Francisco. Así fue su previsible rechazo a la lucha de clases de cuño marxista y por el contrario su impulso a la cooperación entre los distintos estamentos de la comunidad. Claro que en esta etapa de acumulación del capitalismo caracterizada por los oligopolios, la cartelización, la rigidez de los mercados y la desatada especulación financiera, resulta algo ilusorio plantear tal cooperación cuando en los países dependientes, las burguesías se identifican cultural y económicamente con los poderes internacionales y si pueden transfieren sus beneficios a paraísos fiscales evadiendo las cargas tributarias locales con desatención a los más elementales deberes  de solidaridad social. Naturalmente no hay absolutos al respecto y aquí y allá se ejercita la responsabilidad social empresaria y hasta se dio la singularidad en el país de la existencia y labor del empresario Enrique  Shaw hoy en proceso de canonización. Sólo que son  excepciones  que no hacen a la desigual –en posibilidades- puja distributiva: esa  denominación actual y más digerible de la lucha de clases.       

Sin embargo y pese a poder observarse con objetividad, si no en los escritos de Carrasco sí en la historia del extenso pontificado de Juan Pablo II algunas posiciones políticas por cierto conservadoras, no hay que olvidar que en la década de los 90 del pasado siglo, cuando muchos creían irreversible el triunfo global del capitalismo y el fin de la historia proclamado por Fukuyama -aquel asesor del presidente  Reagan-, apenas una voz, la del Vicario de Cristo, se elevaba al mundo para proclamar, por ejemplo: “todo lo que está contenido en el concepto de “capital” en sentido restringido es un conjunto de cosas. El hombre como sujeto del trabajo, e  independientemente del trabajo que realiza, el hombre, él sólo, es una persona.” Ya en la encíclica “Laboren Exercens” había manifestado: “el trabajo lleva en sí un signo particular del hombre y de la humanidad, el signo de la persona activa en medio de una comunidad de personas; este signo determina su característica interior y constituye en cierto sentido su misma naturaleza”; una valoración del hombre y de su labor “pane lucrando”, por más humilde que esta sea, a tono con lo que manifestó  en una de las homilías pronunciadas entre 1951 y 1971 y recogidas en su libro “Es Cristo que pasa”, Josémaría Escrivá de Balaguer, -canonizado durante el ponficado de Wojtyla en el año 2002-, un santo de nuestro tiempo cuya Obra tanto apreció el obispo mártir salvadoreño Oscar Arnulfo Romero: “Es hora de que los cristianos digamos muy alto que el trabajo es un don de Dios, y que no tiene ningún sentido dividir a los hombres en diversas categorías según los tipos de trabajo, considerando unas tareas más nobles que otras. El trabajo, todo trabajo, es testimonio de la dignidad del hombre”.  

Juan Pablo II recordó en una entrevista publicada en La Stampa de Turín el 2 de noviembre de 1993, escandalizando sin duda a más de un ultra integrista porque sabido es que tuvo por entonces la Iglesia sangrías desde la derecha: “hay semillas de verdad incluso en el programa socialista que no deben perderse. Los protagonistas del capitalismo a ultranza tienden a desconocer incluso las cosas buenas realizadas por el comunismo: la lucha contra el desempleo, la preocupación por los pobres”. Reclamó frente a los que apostaban a un solo orden económico mundial: “La Iglesia no tiene modelos para proponer. Los modelos reales y verdaderamente eficaces pueden nacer solamente de las diversas situaciones históricas, gracias al esfuerzo de todos los responsables”. Y  más allá de su discutible oposición a la Teología de la Liberación -con algunos de cuyos representantes como el nicaragüense Ernesto Cardenal, fue más duro que con los religiosos pedófilos-, también  con elocuentes símbolos de gestos y palabras, abrazó y besó a Don Helder Cámara, el obispo de Recife tan calumniado por los terratenientes brasileños que lo tildaron de “Obispo rojo”,  y lo  proclamó ante el mundo: “hermano de los pobres y hermano mío”.    

Seguramente muchos católicos comprometidos primero con la promoción del hombre y los pueblos hacia los valores de la justicia, la paz, la educación y la familia,  según reza el documento que  suscribieron los obispos en Medellín en 1968 y después con la opción preferencial por los pobres que explicitaron en Puebla en 1979, en la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano; los creyentes probados en la unidad de acción por la justicia social y los derechos humanos con sectores de la izquierda y ya libres de prejuicios de pronunciar  el término “socialismo” aliviándolo por cierto de todo lastre materialista y cientificista, sentirán hoy y habrán sentido ayer, como de hecho lo sentimos y lamentamos en su momento, que se quedó algo corto aquel Papa víctima del nazismo y el estalinismo, en sus críticas al capitalismo y a los gobiernos que mancillaban los derechos humanos como la dictadura argentina. Pero son puntos de vista por supuesto que bien vale confrontar con otras posiciones por demás autorizadas.  Así el magistrado y tratadista en Derecho Laboral, Rodolfo Ernesto Capón Filas dijo en 2004, en su voto en los autos “Salinas, N C/ Compañía de Telecomunicaciones y Seguridad S.R.L y otros S/Despido”: “Juan Pablo II construye el concepto de trabajo desde los orígenes eco-sistémicos hasta los alcances del socio-sistema en lo referente a la personalidad del trabajador, a su familia, a la Nación.”    

Lo concreto es que este enjundioso libro  de lectura y consulta para especialistas y público en general, fruto de la  pasión por la verdad y la dedicación a fundamentarla, sin pretender el autor adueñarse de ella con actitud dogmática; que esta tesis   doctoral resultado de buscar  con buena ciencia escolástica la coincidencia entre fe y razón podrá y deberá situarse en las bibliotecas, por ejemplo, junto a la ya clásica obra del religioso austriaco, jurista y teólogo  Johannes Messner: “Ética social, política y económica a la luz del derecho natural”.   

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