sábado, 3 de octubre de 2015

Volkswagen, por “su” amor al planeta

El glamoroso encanto de la ecología se ha convertido en uno de los anestésicos más eficaces del mundo moderno, un encanto que la realidad, cruenta y terrenal, termina desvaneciendo.

Víctor M. Toledo / LA JORNADA

En el ancho panorama del lavado verde (green washing) podemos encontrar varios talentos en el arte de la seducción propagandística. Ahí están Cementos Mexicanos (Cemex) con su “sello verde”, Coca-Cola con su “planeta te quiero”, Monex con su “eco-banca” y Ford con su “iniciativa ambiental”. Pero ninguna empresa había conseguido mayor impacto en el público y en la academia que la frase de la Volkswagen, “por amor al planeta”. Con este eslogan la corporación automotriz instituyó en México un premio anual de investigación ecológica desde hace 10 años y lanzó una exitosa campaña que lo pintó de un verde intenso. Su imagen emblemática a todo color es un auto de la marca bajo un arco iris y seis colibríes revoloteando en un paisaje de pinos y veletas eólicas acompañados de girasoles y animales silvestres al estilo Walt Disney. Una de sus acciones más espectaculares fue sumergir en el Caribe mexicano frente a las costas de Tulum un auto de cemento de cuatro toneladas de peso como símbolo de su compromiso con los mares.

Por desgracia (¿o por fortuna?) la empresa alemana ha caído en desgracia y, lo más grave, ha hecho caer su imagen de ambientalista abnegada hasta lo más hondo de la tierra o de los mares. Usted decida. Su trayectoria no es nueva. Le ha sucedido lo que a otras corporaciones no menos ambientales. Cemex, por ejemplo, sancionada por fraude fiscal en México (2008) y España (2011), ha sido reiteradamente acusada en varios países por la contaminación que generan sus procesos extractivos y ha logrado que Monterrey se convierta, vaya récord, en la ciudad con el aire más sucio de Latinoamérica a causa de sus 64 pedreras. Telmex, presume la alianza entre la Fundación Slim, el WWF y la Semarnat, mientras las mineras arrasan montañas y comunidades, adquieren extensas propiedades (Puebla, Hidalgo y Tlaxcala) y la fundación apoya la investigación del maíz transgénico.

Por su parte Coca-Cola, que declara también su pasión por el planeta y realiza una “campaña nacional de reforestación y cosecha de agua”, ha convertido a México, junto con Pepsi, Danone y Nestlé, en el primer consumidor per cápita de agua embotellada del mundo (¡) según lo documenta el excelente libro Apropiación de agua, medio ambiente y obesidad, de Gian Carlo Delgado (2014) . La Coca-Cola se dedica a producir dos bienes contradictorios: por un lado el agua embotellada que publicita ligada a la vida sana, el deporte y la salud, y los refrescos que son fuente de deshidratación, malnutrición y obesidad, además de que genera millones de toneladas de basura plástica. Y lo más grave, como sucede con la minería, el gobierno de México ha otorgado a Coca-Cola 172 concesiones que corresponden a 48 acuíferos de 28 estados de la República (ver mapas y cuadros en el libro citado). Y ¡el agua embotellada es entre 240 y 10 mil veces más cara que el agua de la llave!

Es en este contexto que la empresa Volkswagen falseó las pruebas de las emisiones de gases de sus autos con diésel (unos 11 millones circulan hoy por el mundo), según reveló la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos, lo cual afecta al menos a medio millón de unidades. La trampa o artimaña supuestamente mostraba que los autos de la corporación generaban hasta 40 por ciento menos gases tóxicos al ambiente. El fraude aceptado por los directivos provocó en unas horas la pérdida de 17 mil millones de dólares de su valor de mercado y la renuncia de su director general. Ante el hecho surgen numerosas preguntas, desde ¿dónde quedó ese amor por el planeta? hasta ¿por qué autoridades ambientales y científicos mexicanos bien conocidos le hacen el juego, sin ética alguna, a las corporaciones? Como puede verse, el glamoroso encanto de la ecología se ha convertido en uno de los anestésicos más eficaces del mundo moderno (ver mi artículo en La Jornada), un encanto que la realidad, cruenta y terrenal, termina desvaneciendo. Ahora sí, por amor al planeta.

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