sábado, 11 de julio de 2015

Francisco en Bolivia: “el tufo del estiércol del diablo”

Los neoliberales latinoamericanos no saben de dónde salió este Papa que no les encaja en ninguna horma. Solo Juan XXIII, en su corto pontificado, había dicho y hecho cosas parecidas, aunque nunca llegó a tener la empatía y la relación que este Papa tiene con los marginados y los pobres, por quienes ha apostado sin ambages.

Rafael Cuevas Molina/ AUNA-Costa Rica

Francisco y Evo Morales, en el II Encuentro Mundial
de Movimientos Populares, celebrado en La Paz.
En Bolivia, Evo Morales participó con él, el jueves 9, en el Segundo Encuentro Mundial de Movimientos Sociales en Santa Cruz de la Sierra, y dirigió a los presentes un discurso que, sin lugar a dudas, pasará a formar parte de los documentos programáticos básicos del movimiento social latinoamericano.

En él, el Papa Francisco reafirma su vocación por hacer de la Iglesia Católica una institución que esté vinculada a las necesidades y proyectos que emanan de los de abajo, lo que no es poco decir en un continente en el que la religión católica tiene tanto peso. Asimismo, identifica claramente de dónde provienen nuestros males, los sufrimientos de los más, y para ello utiliza una idea de Basileo de Cesarea, santo de la Iglesia Ortodoxa: del dinero, al cual cataloga como titulamos esta nota, el “tufo del estiércol del Diablo”.

Es la metáfora con la que se alude a esa economía que solo busca el lucro y que, para ello, no duda en pasar por sobre cualquier cosa, inclusive la vida misma. Es la forma de decir que las cosas, así como van, nos dirigen al despeñadero, no solo social sino total, amenazando a la vida misma que mora sobre la faz de la Tierra.

Apuesta el Papa, por lo tanto, por otra economía, la social y solidaria, esa por la que los neoliberales latinoamericanos se rasgan las vestiduras cada vez que la oyen nombrar, y asocian con la ocurrencia, el “chavismo puro”, la amenaza, o con una doctrina “con contenido espantoso”, como la catalogaron políticos y empresarios costarricenses en días recientes.

Cuánta distancia entre la imagen de este Papa, dirigiéndose a los representantes de los sectores populares en un lenguaje claro y llano, y el de aquel otro que, con dedo índice admonitorio (gesto que Francisco, por cierto, criticó en su discurso), regañó a las madres que le pedían una frase, una sola frase de compasión y solidaridad con sus hijos muertos por la Contra en la guerra que se libraba en Nicaragua a inicios de la década de 1980.

Como bien dijo Noam Chomsky, América Latina se ha convertido en “el hogar de los movimientos populares más significativos del mundo”, y el Papa ha pasado a formar parte de esa corriente importantísima que pone a nuestra región a la vanguardia no solo de las búsquedas posneoliberales sino, también, de alternativas civilizatorias.

En este contexto, nos interpela a todos y nos alienta a preguntarnos, ¿qué puedo hacer yo para sumarme a estos esfuerzos, para aportar mi grano de arena? Es decir, por muy pequeño que eventualmente pueda ser el aporte, todos podemos hacer algo por avanzar hacia las alternativas que nos alejen del “tufo del estiércol de Diablo”, de la obnubilación por el dinero, por el consumo, de la enajenación que todo lo centra en el tener.

Como en los años sesenta, cuando la Revolución Cubana apareció en el firmamento de las esperanzas de los explotados del continente, la utopía ha echado a andar nuevamente, con fuerza en nuestras tierras. Tiene múltiples rostros y múltiples propuestas; nace de las más diversas iniciativas, de las más distintas realidades; promueve una gran diversidad de formas de asociación o, al decir de los cristianos, de comunión entre la gente. Se originan en los partidos políticos progresistas y de izquierda, en los grupos organizados de la ciudad y del campo, en las asociaciones de mujeres, de jóvenes, de indígenas y de afrodescendientes; en las aulas y los cenáculos universitarios. Provienen de muchas partes, asocia múltiples voces. En eso radica buena parte de su riqueza y a ellos e ha sumado el Papa Francisco, enriqueciéndola y fortaleciéndola un poco más, haciendo posible que alejemos el tufo diabólico que nos ahoga.

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