sábado, 16 de agosto de 2014

100 años después, la Revolución Mexicana parece ser un mal recuerdo para su élite gobernante

Después de varios años de boicot a PEMEX, tal y como se hace usualmente en todos aquellos países en donde existen fuertes instituciones nacionales en sectores clave que son apetecidos por el capital transnacional, y en aras de la “modernización” del sector, un Peña Nieto sonriente y satisfecho echó atrás lo que seguramente es uno de los bastiones más importantes de la identidad mexicana del siglo XX.

Rafael Cuevas Molina / AUNA-Costa Rica

Peña Nieto (al centro) en el acto de promulgación de
las leyes de la reforma energética en México.
La Revolución Mexicana de 1910-1917 sacudió a toda América Latina, y se convirtió en un referente mundial de movimiento nacionalista con fuerte componente antiimperialista. Gestó uno de los más poderosos movimientos culturales y de pensamiento, y durante toda la primera mitad del siglo XX iluminó como un faro movimientos agrarios, nacionalistas, artísticos y filosóficos.

En la década del 30, Lázaro Cárdenas tomó la bandera de algunas de sus corrientes más progresistas, realizó una reforma agraria, completo la nacionalización de la red ferroviaria, recibió a exiliados de la República Española y nacionalizó el petróleo.

Estas medidas no fueron tomadas sin oposición interna y externa. La Gran Bretaña, por ejemplo, uno de los principales inversores y propietarios de vastos campos petrolíferos, rompió relaciones diplomáticas con México.

En el México del siglo XX no todo fue miel sobre hojuelas. Desde el principio, la Revolución había conocido múltiples tendencias y, pasado el tiempo, cuando se fue institucionalizando, no siempre prevalecieron las más progresistas.

Mantuvo siempre, sin embargo, una actitud vigilante y hasta desconfiada hacia su vecino del Norte, y muchas veces tuvo posiciones dignas y encomiables a contrapelo de sus designios. Seguramente, una de las más relevantes desde el punto de vista político fue el no haber roto relaciones diplomáticas con Cuba después de la Revolución de 1959, cuando los Estados Unidos promovieron que todo el resto de países latinoamericanos lo hicieran.

En esas circunstancias, el petróleo nacionalizado se convirtió en un estandarte de ese México digno que, a pesar de estar tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos, mantenía una identidad propia contra viento y marea.

Todo eso cambió radicalmente a partir de la dé cada de los 80, cuando se inició la aplicación  de las reformas de corte neoliberal, las cuales conocieron su certificación de permanencia y profundización con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte que entró en vigencia el primero en enero de 1994.

De ahí en más, México se ha ido transformando, paulatinamente, en un agregado segundón de la economía norteamericana, mientras se profundizan sus seculares problemas de pobreza y desigualdad. La falta de oportunidades ha llevado a que se intensifique, como nunca antes, la migración hacia los Estados Unidos, el abandono de la agricultura tradicional y el desvaimiento de la identidad nacional, otrora fuerte y poderosa.

La guinda en el pastel de esta situación la pone, esta semana, la firma por parte del presidente Enrique Peña Nieto, de la ley que abre a los capitales extranjeros el petróleo mexicano.

Después de varios años de boicot a PEMEX, tal y como se hace usualmente en todos aquellos países en donde existen fuertes instituciones nacionales en sectores clave que son apetecidos por el capital transnacional, y en aras de la “modernización” del sector, un Peña Nieto sonriente y satisfecho echó atrás lo que seguramente es uno de los bastiones más importantes de la identidad mexicana del siglo XX.

Tal y como él lo remarcara, entra así México al siglo XXI. Pero no entra por las razones que el señor presidente mexicano esgrimió, las de la modernización, la eficiencia y la riqueza, sino porque entra en el círculo de los atenazados por el capital voraz que, en el ciclo que actualmente vive, se encuentra devastando hasta las últimas esquinas del planeta en busca de energía.

Pobre México, tan lejos de Dios.

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