sábado, 30 de noviembre de 2013

Chile: Significados y significantes de una elección

Un nuevo gobierno de Bachelet insuflaría una cuota no despreciable de necesario oxígeno a las tendencias progresistas y autonomistas del proceso de integración suramericana. Ojalá esta evidencia no sea pasada por alto por los que, exigiendo lo imposible, se olvidan de lo real.

Mariano Ciafardini* / Especial para Con Nuestra América
Desde Buenos Aires, Argentina

Las elecciones de Chile están inmersas en un mar de significados y significantes. 
En primer lugar, el escenario político, que ha dejado a Michelle Bachelet competir con posibilidades de ser la primer presidente que gobierna en segundo mandato en ese país en los últimos cincuenta años, se ha configurado, en gran parte, gracias al golpe divisionista que le asestó a la Concertación socialista-democratacristiana Marco Enríquez Ominami, otro de los contendientes de la puja electoral e hijo de Miguel Enríquez, líder del MIR, que tantos dolores de cabeza le trajera al gobierno de la Unidad Popular en los años '70 al boicotear sistemáticamente el delicado equilibrio en que se movía la gestión del presidente Salvador Allende.

En segundo lugar, como si fuera parte de una novela de Isabel Allende –a la sazón sobrina segunda de Allende– las dos finalistas en estas elecciones, Bachelet y Evelyn Matthei, se conocen de la infancia y son hijas de dos militares, íntimos amigos hasta el golpe que derrocó a Allende en el '73, a partir del cual uno devino víctima y el otro conspicuo colaborador e integrante del régimen criminal de Pinochet. Con el condimento de que Bachelet padre fue torturado y asesinado en la Academia de Guerra Aérea de Chile, en ese momento bajo el mando de Matthei padre. En los juicios que se desarrollan en Argentina por violaciones de los Derechos Humanos de la pasada dictadura, esta circunstancia le habría valido la responsabilidad de autor mediato y la condena a cadena perpetua.

En un nuevo y previsible acceso a la máxima magistratura, Bachelet trae de la mano al Partido Comunista, integrante de la Unidad Popular allendista y excluido histórico de la Concertación y de la política institucional chilena. Es decir que vuelve a tener cargos en el Parlamento y probablemente en el Ejecutivo después de 40 años el partido de Neruda y de Luis Corvalán, enemigos jurados del régimen de Pinochet y que, por ello y por su trayectoria combativa desde el comienzo mismo de los oscuros años de la sangrienta dictadura,  es uno de los principales representantes de las antiguas luchas revolucionarias latinoamericanas del siglo XX, expresadas  hoy, en gran medida, en la tenaz insistencia del movimiento estudiantil (entre cuyos líderes principales figura la miembro de las juventudes comunistas Camila Vallejo). El desvarío ultraizuierdista no ve este importantísimo paso para la izquierda chilena y latinoamericana como un avance en la recuperación de posiciones después de derrotas neoliberales, sino como complicidad y traición  a la revolución, como  veía el MIR de Enríquez (padre) los trabajosos avances de la Unidad Popular en aquellos trágicos años.

La interpretación de todos estos significantes queda, de todos modos, abierta, tanto como las expectativas acerca del destino de un nuevo gobierno de Bachelet, que, eso si, insuflaría una cuota no despreciable de necesario oxígeno a las tendencias progresistas y autonomistas del proceso de integración suramericana. Ojalá esta evidencia no sea pasada por alto por los que, exigiendo lo imposible, se olvidan de lo real.


*Mariano Ciafardini es miembro del Centro de Estudios y Formación Marxista Héctor Agosti (CEFMA)

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