sábado, 10 de agosto de 2013

El Papa Francisco a cinco meses

Creo que aquellos que somos críticos del estancamiento regresivo de la iglesia católica debemos esperar un tiempo. Acaso el Papa nos dé la sorpresa. Pero no confundamos formas campechanas con cambios revolucionarios.

Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México

Cinco meses es muy poco tiempo para hacer un juicio  definitivo sobre el rumbo de la iglesia católica  con el  Papa Francisco. La crisis es muy profunda y sería  poco serio pensar que  los problemas  graves que tiene se resolverán en  corto  tiempo. Así pues, pese a mi escepticismo con respecto a la personalidad de Jorge Mario Bergoglio, puedo pensar que en efecto, hay que darle al papa Francisco el beneficio de la duda.  Pero darle el beneficio de la duda es muy distinto a la conducta de los grandes medios de comunicación, y aún de teólogos críticos y progresistas como Leonardo Boff, cuando magnifican algunos cambios  en el protocolo papal que observa el nuevo pontífice.

El Papa Francisco ha proyectado una imagen mediática de un hombre campechano, sencillo, un poco como la que en su momento tuvo Juan XXIII. No se fue a vivir al apartamento pontificio sino reside  de manera austera en la residencia de Santa Martha. Es un Papa que se acerca a la gente y la trata sin la distancia sagrada que los Papas suelen proyectar. Se le vio viajando portando un maletín como cualquier hombre común y corriente. Y en la conferencia de prensa que dio en el avión que lo conducía de regreso después de su visita a Brasil, podemos ver a un hombre afable, recostado  en sus brazos sobre el respaldo de una de las butacas de dicho avión. Acaso las esperanzas de millones de católicos en una reforma  de la iglesia católica que la saque de la mentalidad medieval que aún mantiene, haga que se vean en los gestos de sencillez del Papa Francisco, una luz de esperanza. Pero una cosa es hacerse ilusiones (el “wishful thinking”) y otra es lo que  en estos cinco meses hemos observado. Más allá de un cambio en las formas, en la entrevista antes mencionada (publicada por Pablo Ordaz en El País, 29/7/2013), la posición  de Francisco con respecto a una eventual carrera sacerdotal  de las mujeres es inequívoca: “En cuanto a la ordenación de las mujeres, la Iglesia ha hablado y dice no. Lo dijo Juan Pablo II, pero con una formulación definitiva. Esa puerta está cerrada”.

En lo que se refiere a la homosexualidad y al matrimonio homosexual, el antaño prelado furibundamente homofóbico, ahora es ambiguo: “¿Quién soy yo para juzgar a los gays?”.  A insistencia de los periodistas, el Papa Francisco va abandonando dicha ambigüedad: “La Iglesia se ha expresado ya perfectamente sobre eso, no era necesario volver sobre eso, como tampoco hablé sobre la estafa, la mentira u otras cosas sobre las cuales la Iglesia tiene una doctrina clara”. ¿Homosexualidad igual a la mentira y la estafa? Y ante la nueva insistencia de la prensa sobre un pronunciamiento sobre homosexualidad y matrimonio homosexual, el Papa nos revela que tenemos más de lo mismo: Su postura es  “la de la Iglesia, soy hijo de la Iglesia”. El avance es que no hay en sus labios las anteriores  condenas feroces  sino solamente la condena a que los gays se organicen en un lobby para hacer prevalecer sus derechos. En pocas palabras: un gay calladito se ve más bonito. Igual ambigüedad hay en lo que se refiere a la administración de los sacramentos a los divorciados y vueltos a casar:   “En cuanto al problema de la comunión a las personas en segunda unión -porque los divorciados sí pueden hacer la comunión-, creo que esto es necesario mirarlo en la totalidad de la pastoral matrimonial”.

Creo que aquellos que somos críticos del estancamiento regresivo de la iglesia católica debemos esperar un tiempo. Acaso el Papa nos dé la sorpresa. Pero no confundamos formas campechanas con cambios revolucionarios.

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