sábado, 20 de abril de 2013

John Kerry, la vocación imperialista y el objetivo Venezuela

La trama golpista que sigue latente en Venezuela confirma esa vocación imperialista histórica de los Estados Unidos. Pero, sobre todo, nos recuerda que bajo los cantos del sirena del discurso del poder inteligente del presidente Obama y del Secretario de Estado Kerry, sigue viviendo el imperialismo puro y duro que, a lo largo de dos siglos, ha dejado su impronta de sangre y muerte en nuestra América.

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica

Para John Kerry, el único trato posible con
América Latina es el de "patio trasero".
Para quienes esperaban y hasta pronosticaron, quizás con un exceso de optimismo, un cambio en las relaciones de Estados Unidos con América Latina y el Caribe, a partir de la designación del senador John Kerry como nuevo Secretario de Estado, no fue mucho el tiempo que tuvieron que esperar para sufrir un desencanto y para que el funcionario expusiera, con absoluta claridad, las concepciones ideológicas que todavía moldean la política exterior estadounidense.

En su reciente comparecencia ante el Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes, Kerry, un veterano de la guerra imperialista en Vietnam, declaró sin ningún reparo y exhibiendo un oprobioso desdén por los pueblos de la región,  que  América Latina “es nuestro patio trasero, es de vital importancia para nosotros”, y en ese medida, explicó, los planes de la Casa Blanca y el Departamento de Estado son “acercarnos vigorosamente, planeamos hacerlo. El presidente viajará pronto a México y después al sur no recuerdo a qué países, pero va a la región” (elciudadano.cl, 19-04-2013).

Al desmemoriado Kerry se le olvidó mencionar que la gira del presidente Barack Obama incluye una agenda de visitas a Colombia y Brasil, países estratégicos aunque por razones opuestas (el primero, un aliado incondicional de Washington; y el segundo, por su liderazgo regional y global emergente, que disputa la hegemonía en el continente). Y en lo inmediato, a principios de mayo, una escala en Costa Rica donde Obama se reunirá con mandatarios y probablemente con empresarios de una región marcada por el narcotráfico (que suple el consumo del mercado de los Estados Unidos) y por la violencia  asociada a este flagelo.

Pero el inquilino de la Casa Blanca también vendrá a una Centroamérica que muestra, en plenitud, los resultados de la política de patio trasero que Washington impuso desde el siglo pasado, y que ahora Kerry reivindica: un manojo de países asolados por la desigualdad y la pobreza; por los asesinatos y desapariciones de periodistas, dirigentes políticos y activistas comunales; por la explotación sin fin de la naturaleza y los seres humanos bajo el modelo de desarrollo neoliberal; y por una clase política que se regodea en la impunidad ante el genocidio, el uso de los golpes de Estado para descarrilar las nuevas formas de democracia participativa y directa, y el cerco de toda tentativa de llevar adelante proyectos progresistas, nacionales y populares. Tal es el drama del Istmo en el que, casi sin resistencia, más allá de lo que representan hoy las experiencias del FMLN en El Salvador y el FSLN Nicaragua, se impone la Doctrina Monroe como único horizonte diplomático posible, con repercusiones en el orden de lo político, lo económico, lo militar y lo cultural.

Lo que no olvida el Secretario de Estado, en medio de su discurso ofensivo de la dignidad y la autodeterminación de los pueblos, son las prácticas perversas de la clase política y los poderes fácticos que, tradicionalmente, han controlado al gobierno de los Estados Unidos: en otro pasaje de su discurso, Kerry advirtió que la Administración Obama está dispuesta a “hacer lo posible para tratar de cambiar la actitud de un número de naciones, donde obviamente hemos tenido una especie de ruptura en los últimos años” (La Radio del Sur, 18-04-2013).

Esa agresividad para forzar cambios que se anuncia como el modus operandi de la diplomacia estadounidense en América Latina es lo que hemos presenciado en Venezuela desde el pasado 14 de abril, tras conocerse la noticia del triunfo del ya juramentado presidente constitucional Nicolás Maduro: cumpliendo su papel en el plan diseñado para la derecha venezolana e iberoamericana, y desdeñando el reconocimiento de gobiernos de todo el mundo y hasta los criterios externados -no hace muchos meses- por el expresidente Jimmy Carter,  quien calificó al de Venezuela como el mejor sistema electoral del mundo (Rusia Today, 20-09-2012), Washington se han empeñado en no reconocer la victoria de Maduro ni la legitimidad de su mandato (La Jornada, 18-04-2013). De esa manera, dejan abierto el peligroso umbral de las acciones de violencia y del golpismo, tal y como lo quieren los grupos más radicales de la oposición.

La trama golpista que sigue latente en Venezuela confirma esa vocación imperialista histórica de los Estados Unidos, porque es evidente que los hechos de violencia y desestabilización post-electoral en el país suramericano no pudieron ocurrir sin que Washington conociera de ellos con anticipación, y sin que brindara su apoyo –tácito o explícito- para la ejecución de las maniobras en que participan grupos políticos, medios de comunicación y bandas de mercenarios.  Pero, sobre todo, nos recuerda que bajo los cantos del sirena del discurso del poder inteligente del presidente Obama y del Secretario de Estado Kerry, sigue viviendo el imperialismo puro y duro que, a lo largo de dos siglos, ha dejado su impronta de sangre y muerte en nuestra América.

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