sábado, 16 de junio de 2012

Zoellick, ese heraldo de la muerte…

Robert Zoellick, presidente del Banco Mundial, entona un discurso de muerte, de conquista, de acumular riquezas por medio de la desposesión de los bienes comúnes, y alegra el oído de los tecnócratas, los especuladores financieros y las oligarquías vencidas; en cambio, las voces de la América diversa, la nuestra, la de todas y todos, hablan para los pueblos: para iluminar sus caminos, para encontrarse en la hora de la marcha unida.

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica

Zoellcik sueña una América Latina sin alternativas
al 
capitalismo y al poder hegemónico de los EE.UU.
Que la crisis mundial no se haya manifestado en América Latina con la fuerza destructiva que lo hace  en Europa o los Estados Unidos, obedece tanto a los aciertos de política económica y social de los gobiernos progresistas como a los nudos históricos de su desarrollo que aún no ha sido posible desatar (por ejemplo, la continuidad del extractivismo estimulado por los altos precios de las materias primas en el mercado internacional); pero de ninguna manera esto significa que el capitalismo haya perdido su apetito sobre las riquezas naturales, sociales y humanas de la región. Ni tampoco que renuncie a sus pretensiones hegemónicas.

El todavía presidente del Banco Mundial, el “halcón” estadounidense Robert Zoellick, acaba de recordarnos esta verdad de Perogrullo en una conferencia que dictó, la semana anterior, en la sede  de la OEA en Washington con motivo del 30 aniversario del think tank Diálogo Interamericano: una reconocida organización privada que se ha encargado de reproducir, durante años, estereotipos, juicios peyorativos y falacias sobre los procesos de cambio en nuestra América y los líderes y movimientos latinoamericanos que osan cuestionar y separarse del “sentido común” neoliberal dominante.

En ese foro, Zoellick se despojó de formalidades diplomáticas –que, además, no las necesita en Washington- y se atrevió a decir en voz alta lo que los poderes fácticos y los inversionistas extranjeros dicen en voz baja, en sus componendas y conspiraciones de sobremesa. Es decir, confesó la imagen de nuestra América que dibujan sus obsesiones: un continente sin alternativas al capitalismo y al poder hegemónico de los Estados Unidos, sin el presidente venezolano Hugo Chávez (“tiene los días contados”, dijo), sin Cuba, sin el afán emancipador de siglos de lucha y resistencia que, en la última década, cristalizó en novedosas experiencias y convergencias políticas, hasta entonces inéditas en nuestra historia.

Como heraldo del imperio, Zoellick invocó la muerte de Chávez y el fin de la Revolución Bolivariana: “Pronto habrá una oportunidad para hacer del Hemisferio Occidental el primer Hemisferio Democrático”, dijo ante su auditorio. Y luego, llamó a la acción de los “demócratas” que han estado detrás de todas las conspiraciones y asonadas golpistas recientes: “(…) deben prepararse. Los llamados democráticos para acabar con los matones que intimidan y defender los derechos humanos, las elecciones justas y el Estado de derecho deben venir de todas las capitales” (La Prensa, 08/06/2012).

Experto en las inversiones ideológicas, el banquero falseó la realidad del continente con sus palabras, al sostener que sueña con una América Latina “que no sea un lugar de golpes de Estado, caudillos y cocaína, sino uno de democracia, desarrollo y dignidad” (ContraPunto, 08/06/2012). En el éxtasis de su cinismo, Zoellick traslada la carga de prueba las víctimas: pretende hacer creer que el voluminoso expediente de intervenciones, golpes de Estado –cívicos y militares-, la guerra sucia y las desapariciones, los sabotajes y bloqueos,  los negocios turbios y el matonismo que conforman una parte ineludible de las historia de las relaciones de Estados Unidos con nuestra región, no  obedecen al apetito imperial de las elites estadounidense, sino que son culpa de los pueblos latinoamericanos. Esos que por sus  “viejos hábitos, viejas mentalidades y viejos modelos de dependencia”, terminan por dejarle “el trabajo a Washington” (ContraPunto, 08/06/2012).

Frente a esa perversa visión –y su advertencia implícita- se levanta otra perspectiva, mucho más plural y diversa, sobre el futuro de nuestra América. Es la que se expresa en los múltiples proyectos políticos y culturales de gobiernos, movimientos sociales y partidos políticos, desde los que se piensan y ensayan alternativas al patrón de acumulación capitalista; en las resistencias de las comunidades y pueblos indígenas,  cuya cosmovisión desafía las ansias de dominación de la naturaleza propias de la modernidad occidental; en la rebeldía primaveral de los jóvenes que se alzan desde Chile hasta México; en las luchas de “los invisibles”, los marginados, las mal llamadas “minorías”, de los que hasta ahora han sido tratados como ciudadanos de segunda o tercera categoría, en sociedades forjadas en la cultura patriarcal de la exclusión de los otros, de los diferentes.

Afortunadamente, mientras Zoellick entona un discurso de muerte, de conquista, de acumular riquezas por medio de la desposesión de los bienes comúnes, y alegra el oído de los tecnócratas, los especuladores financieros y las oligarquías vencidas, las voces de la América diversa, la nuestra, la de todas y todos, hablan para los pueblos: para iluminar sus caminos, para encontrarse en la hora de la marcha unida.

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