sábado, 5 de mayo de 2012

Patriotas de mentiras

Ser patriota es entre otras cosas apoyar la autodeterminación, defender los intereses de la nación en su conjunto y no sólo los de la minoría privilegiada, preservar la cultura nacional que generalmente es de naturaleza plural, resguardar los recursos naturales y usarlos racionalmente.

Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México

El 10 de octubre de 1868  el patriota cubano Carlos Manuel de Céspedes lanzó el famoso grito de Yara en su ingenio La Demajagua en Bayamo. Proclamó  carcomido el dominio español y declaró  la independencia de Cuba. Liberó a sus esclavos e inició la primera guerra de independencia de Cuba (1868-1878) con 147 hombres los cuales con el tiempo habrían de convertirse en un ejército de 17 mil efectivos. Temiendo la acción feroz  de Valmaseda, el Capitán General de Cuba,  poco tiempo después los habitantes de Bayamo dirigidos por  esa oligarquía patriota incendiarían la ciudad para que los españoles al tomarla sólo ocuparan sus cenizas. Entre los que incendiaron sus propiedades y se unieron a Céspedes estaba  José Joaquín Palma, el autor de la letra del himno nacional de Guatemala. Una gesta similar a la de los bayameses había sido registrada por la historia: los rusos en 1812 incendiarían Moscú para que Napoleón solamente ocupara sus ruinas. Y la  proeza sería inmortalizada por Tchaikovski  en la “Obertura 1812”.

En un discurso pronunciado en los primeros años de la revolución cubana, Carlos Rafael Rodríguez  el brillante economista y dirigente cubano, habría de decir  que estaban lejos los tiempos en los cuales un sector de la oligarquía cubana incendiaba sus propiedades para defender los intereses de la patria: ahora sus descendientes incendiaban a la patria para defender a sus intereses. Aludía a la serie de atentados terroristas que sufriría  la isla bajo el auspicio de la CIA y con la diligencia de los exiliados cubanos en Miami. Todo esto y mucho más recordé cuando leí en la prensa cómo el presidente Pérez Molina  en Guatemala y Calderón en México, se rasgaron las vestiduras lamentando la expropiación  de la parte que poseía en la YPF argentina la petrolera española  Repsol. Ambos mandatarios no apoyaron  el gesto patriótico del gobierno de Cristina Fernández sino se pusieron de lado de la petrolera española. Este gesto y la permisividad a las compañías mineras extranjeras en ambos países están entre los múltiples hechos que hacen que la palabra patria y patriota sea una palabra vacía en labios de ellos y de sus partidarios.

Los patriotas de mentiras podrán decir que  es patriota dejar que el capital extranjero se adueñe  de los recursos naturales de la patria sin mayores inversiones y sin compartir ganancias. Convendría recordar como lo hizo un lector de esta columna, Estuardo Apredes, que en años pasados, Mariano Rajoy, el entonces líder de la derecha española se opuso con firmeza a la inversión extranjera en Repsol diciendo que  España no sería un país de quinta. Y más recientemente sucedió que en España hubo una repulsa ante la idea de que la empresa mexicana Pemex aumentara el porcentaje de sus acciones en Repsol. La derecha suele decir que la soberanía es algo que está fuera de moda, que la moda es la globalización. Que no es un problema de soberanía sino de capacidad administrativa y financiera. Los colonizados de estos países repiten estas expresiones olvidando que las mismas son las recetas de los países centrales para los países periféricos y subdesarrollados. El Estado nacional solamente se considera como algo obsoleto para países como los centroamericanos y otros del tercer mundo. Las elites estadounidenses, alemanas, francesas, rusas, japonesas y chinas tienen bastante firme el concepto de la propia nación  no solamente en materia de afirmación nacional sino también de expansión imperialista.

Al postular una política  independiente en materia de  combate a las drogas el gobierno de Guatemala ha actuado  ejerciendo la soberanía nacional. Ha hecho todo lo contrario  dejando que las mineras canadienses saqueen al país y envenenen a sus habitantes por un plato de lentejas. Y ha reafirmado su obsecuencia antipatriótica al lamentar que Argentina se haya decidido a ejercer un control sustancial de sus recursos petroleros y gasíferos.

Cuando escucho la palabra patriota por supuesto que no evoco al partido del puño enarbolado. Evoco a próceres como Alfonso Bauer Paiz, Adolfo Mijangos, Julio Camey Herrera y Rafael Piedrasanta Arandi. Ellos, como Carlos Manuel de Céspedes, quien finalmente cayó en combate en 1874,  pusieron en ofrenda sus vidas al luchar contra las leoninas concesiones que la dictadura militar de Arana Osorio estaba haciendo a la minera  canadiense Exmibal. Ser patriota es entre otras cosas apoyar la autodeterminación, defender los intereses de la nación en su conjunto y no sólo los de la minoría privilegiada, preservar la cultura nacional que generalmente es de naturaleza plural, resguardar los recursos naturales y usarlos racionalmente.

Sin estos fundamentos, hablar de patriotismo  no es más que demagogia.

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