sábado, 26 de marzo de 2011

El Occidente imperialista y este extraño siglo

Afganistán, Irak, Libia… El Occidente imperialista bombardea a los "enemigos" que su propio sistema de dominación y explotación ha creado.

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica

El odio y la locura bautizaron con sangre, en los atentados del 11 de setiembre de 2001, el siglo XXI que nacía, o quería nacer, como promesa para una humanidad azolada por las grandes guerras. Pero aquellos demonios -vástagos imperiales en tiempos de la Guerra Fría-, que tumbaron las Torres Gemelas en Nueva York, también desataron con su inaceptable masacre las furias y apetitos de las potencias Occidentales. Guerra terrorista contra el terrorismo, llamó Ramón Grosfoguel al oscuro período que inauguró esa tragedia.

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Y entonces, el Occidente imperialista mintió deliberadamente y asaltó el derecho internacional; se armó, fraguó una alianza con pares y vasallos. Cuatro pobres repúblicas centroamericanas, por ejemplo, prestaron tropas y juramentos a la cruzada, a cambio de un acuerdo comercial con la potencia del Norte. El entonces presidente y comandante en jefe de EE.UU., G.W. Bush, sentenció el requerimiento neocolonial: o están con nosotros o están con los terroristas.

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Afganistán e Irak recibieron, de primera mano, los rigores de la vara con la que el imperialismo medirá, de ahora en adelante, a sus enemigos. En la bolsa de valores del mundo al revés, el precio de la democracia made in USA se tasó según el tipo de cambio que definen las intervenciones militares y el saqueo.

En el 2005, año del establecimiento de la democracia absoluta en Irak, Antonio Tabucchi, el escritor italiano, ironizaba: “cien mil muertos, la verdad, resultan un pelín excesivos”, es cierto, pero “mojar un dedo en tinta y levantarlo con el orgullo de quien puede afirmar: con esta huella digital en la papeleta yo sanciono la libertad de elegir a mi representante en el Parlamento democrático que los Estados Unidos nos han regalado”, bien vale el dolor de una invasión.

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Esa democracia absoluta también quiso ser impuesta en nuestra América. Pero aquí, pueblos y gobiernos supieron resistir y vencer: un golpe petro-militar-oligárquico fue derrotado en las calles de Venezuela, mientras en las urnas empezaron a caer, una tras otra, las viejas administraciones neoliberales. En Mar del Plata, en 2005, el panamericanismo asistió al fracaso de su centenario proyecto de dominación por la vía del libre comercio: el ALCA. Y entre aciertos y errores, entre obstáculos y maniobras desestabilizadoras, van avanzando las ideas de la unidad latinoamericana y de la integración regional.

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Pero los imperios jamás renuncian a sus indefendibles modales, a su voracidad ingénita. Bien lo sabía José Martí: “El tigre, espantado del fogonazo, vuelve de noche al lugar de la presa”. Ahora, en medio de una profunda crisis capitalista, una vez más, la razón imperial afila armas y argumentos –en ese orden- para sostener los endebles pilares del dominio universal, sacudidos por las insólitas rebeliones populares en el mundo árabe.

Los colonialistas e imperialistas de ayer, las modernas potencias occidentales, reverdecen laureles al mando de un Premio Nobel de la Paz. Y para frenar la locura de un viejo caudillo antiimperialista, devenido en autócrata neoliberal y socio en los negocios del casino mundial, prometen larga estancia en Libia. ¡La democracia absoluta así lo exige!

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El presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, se justifica hoy ante la historia: “Estamos frenando la locura asesina”. Como lo hizo G.W. Bush en Afganistán e Irak, o como antes lo hicieron Bill Clinton y la OTAN en los Balcanes. Otra vez, a la atrocidad se le opone una atrocidad mayor, una agresión más destructiva que la que se pretende combatir.

El Occidente imperialista bombardea a los "enemigos" que su propio sistema de dominación y explotación ha creado. Y por supuesto, prueba la lealtad de sus vasallos: la petro-monarquía saudita, campeona de la antidemocracia y gorda de abundancia y privilegios, se pone a resguardo de los petro-cañones y los petro-cazas, mientras reprime a su pueblo y se suma al coro de la vieja Europa y los EE.UU.

Aquí, como en tantos otros conflictos, el Consejo de Seguridad de la ONU prefiere mirar hacia otra parte.

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Lúcido, el teólogo brasileño Frei Betto hace las preguntas incómodas, ante las que calla la tantas veces invocada comunidad internacional: Las potencias occidentales, lideradas por los Estados Unidos, se hacen de la boca gruesa en defensa de los derechos humanos en Libia. ¿Y las ocupaciones genocidas de Iraq y de Afganistán? ¿Quién dobla las campanas por un millón de muertos en Iraq? ¿Quién lleva a la Corte Internacional de Justicia de la ONU a los asesinos confesos en Afganistán y a los responsables de crímenes de lesa humanidad? ¿Por qué el Consejo de Seguridad de la ONU no dice una palabra contra las masacres practicadas contra los pueblos iraquí, afgano y palestino?”

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En 1966, antes de su combate definitivo en Bolivia, Ernesto Guevara envió una emotiva carta a sus hijos. En uno de sus pasajes, les habló así, con voz de futuro: “Tatico, tú crece y hazte hombre que después veremos qué se hace. Si hay imperialismo todavía salimos a pelearlo, si eso se acaba, tú, Camilo y yo podemos irnos de vacaciones a la Luna”[1].

Visto está, a casi medio siglo de que fueran escritas esas líneas, que la de la Luna seguirá siendo, para todos y todas, una temporada imposible.


NOTA:

[1] En: Casaus, Víctor (ed.) (2006). Che desde la memoria. La Habana: Ocean Sur – Centro de Estudios Che Guevara. Pág. 229.

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