sábado, 6 de marzo de 2010

América Latina: ¿desastres “naturales”?

Una sociedad latinoamericana corrupta es lo que desnudan estos recientes eventos naturales, una en la que el decil más rico de la población se queda con el 48% del ingreso total, mientras que el decil más pobre sólo recibe el 1,6%. Es decir, la más desigual sociedad del mundo.
Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
rafaelcuevasmolina@hotmail.com
Dos grandes terremotos han sacudido sendos países latinoamericanos en los últimos meses, el de Haití y el de Chile; cada uno de ellos ha tenido importantes consecuencias que han puesto en vilo a todo el continente, que ha tensado fuerzas apoyando solidariamente en lo que ha sido necesario y posible.
En la prensa diaria y en el lenguaje coloquial se habla de dos grandes “desastres naturales”, pero nada más lejos de ello; se trata, sí, de dos grandes eventos naturales que han tenido consecuencias de muy distinta proporción en cada uno de los países en cuestión, lo que quiere decir que el desastre como tal no es “natural”, sino que depende de las características del contexto, de las características de las sociedad a la que afecta.
Como todos sabemos, el terremoto de Haití desnudó la cruda realidad que vive ese país, el más pobre de América Latina. Su endeble infraestructura, la precariedad en la que se desenvuelve la vida de la mayoría de su población y la debilidad del aparato de Estado se desplomaron, literalmente, ante el embate de la naturaleza. Un país como Haití es vulnerable no solo ante terremotos, maremotos o huracanes sino, en general, ante cualquier eventualidad, de índole natural o social, que le dé un pequeño empujoncito al castillo de naipes que es.
Chile, por el contrario, resistió con menos dificultades, a pesar que el terremoto que la asoló tuvo una magnitud pocas veces vista. Es evidente que se trata de una sociedad que tiene mejores estándares de vida que Haití, y por lo tanto las consecuencias del evento natural son menos desastrosas. Nadie se atreve aquí a hacer declaraciones irrespetuosas como las que hiciera la presidenta de la Camara Baja del Congreso norteamericano, Nancy Pelossi, que llamó a “refundar” la nación insular caribeña. Tampoco se propone para Chile iniciativas como las de Bill Clinton, que plantea levantar la economía haitiana poblando de maquilas textileras la isla.
En Chile, sin embargo, el terremoto pone en evidencia el espejismo del llamado “milagro chileno”, ese que nos han vendido en América Latina como el modelo a seguir, erigido por los Chicago Boys en los años de Pinochet y reforzado por el llamado Consenso de Washington de los años 80. Ha salido a la luz un país altamente desigual, en el que la minoría enriquecida se siente triste y con cargo de conciencia de que no le haya pasado nada o casi nada, más que el tremendo susto, y puede retomar su vida cotidiana con contratiempos relativamente menores, mientras amplios estratos de la población que no ha podido acceder a los beneficios de “derrame” neoliberal se ven compelidos a llegar incluso hasta el saqueo para poder cubrir necesidades mínimas.
Es esta una estructura social corrupta, en el sentido que es resultado de la apropiación de la riqueza social por una minoría que cada día se aleja más del polo opuesto en donde, por cierto, se encuentra la mayoría de la población. Dicho sea esto a pesar de las apreciaciones de organismos alcahuetes como Transparency International, que sitúa a Chile en el lugar número 20 del Índice Mundial de Percepción de Corrupción.
Una sociedad latinoamericana corrupta es lo que desnudan estos recientes eventos naturales, una en la que el decil más rico de la población se queda con el 48% del ingreso total, mientras que el decil más pobre sólo recibe el 1,6%. Una sociedad en la que, una vez aplicado el índice de Gini para medir la desigualdad en la distribución del ingreso y el consumo, se descubre que la desigualdad es superior en 10 puntos respecto de Asia; en 17,5 puntos respecto de los 30 países de la OCDE y en 20,4 puntos respecto de Europa oriental. Es decir, la más desigual sociedad del mundo.
En este sentido, entonces, América Latina es un desastre, con eventos naturales o sin ellos, y los terremotos como los de Haití y Chile lo único que hacen es evidenciarlo.

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